I
-Narciso es de lo mejores –le dijo el padre Abraham al padre Josué-
-Sí, lo reconozco. Pero tú quieres que le enviemos el caso porque es ateo
-Es nihilista, agnóstico, izquierdoso, según se auto describe
-Ah sí, claro. No es que no crea en dios. Más bien no le importa su existencia. ¡Narciso, su nombre es de lo más adecuado!
-Pero es muy bueno, mucho
II
-Juan, ¿Con quién estas? –Juan tenía la mirada perdida, vidriosa, viendo sin ver. Se notaba cansado, marchito. Pero Juan apenas rondaba los 16 años-
Juan no respondía a las preguntas de Narciso. Él, con la paciencia de los años de tratar a tanto paciente, no cejaba en sus esfuerzos.
-Don Julio, doña Meche, me parece que el caso de su hijo debe continuar con el psiquiatra, no conmigo. Estoy de acuerdo con el diagnostico. Tiene esquizofrenia.
-¿Eso se quita? –Preguntó una angustiada doña Meche-
-Se trata con medicamento. Dependiendo de la evolución, puede llegar a tener una vida común, ya sabe, trabajar, tener pareja. Pero todo depende del tratamiento y del grado de su enfermedad. Es común que surja en esta etapa de su desarrollo
Don Julio y doña Meche salieron del consultorio, para tramitar la salida de su hijo. Mientras tanto, Narciso llenaba la hoja de anotaciones, para el expediente médico.
-Narciso. Narciso… tú sabes… -Narciso, sin inmutarse, continúo escribiendo su reporte. Aunque la voz era la de un adolescente, se escuchaba tan herrumbrosa, etérea, lejana, que le causo cierta impresión-
-¿Qué es lo que sé, Juan? –Le respondió Narciso, sin ponerle mucha atención en realidad-
-Tú sabes. Lo has visto. O bueno, lo escuchas casi a diario –Repentinamente, Juan se volvió poderoso, lleno de vida, se irguió como una cobra a punto de atacar. Sus ojos, aún vidriosos, ahora se veían con una luz antinatural-
Narciso se sorprendió. Sintió ¿miedo?
-Sí Narciso, aquí estamos. Lo sabes. Te lo cuentan día con día. Y no te importa. Que el papá los golpeaba con cinturón hasta dejar marcas, que su hermano la violó, que su madre nunca le dio una muestra de amor, que su hijo intentó matarla. Tienes las evidencias ¿y qué haces con ellas? Las guardas, haces tus reportes de evaluación, las comentas con tus colegas “Que impresionante” dices. Todo te impresiona. Desde hace 15 años.
Narciso no atinaba que hacer.
-¿Quién eres?
-Más bien deberías preguntar ¿Qué soy? Lo veo, ¡Sí! Eres un creyente. Eso es lo que te da fuerzas para continuar con tu labor. ¡Valiente labor! Escuchar y escuchar. Formulas historias de lo que pudo ser. Te dicen “gracias doctor, me siento mucho mejor”. Pero cada día te duermes pensando si realmente les ayudas.
Narciso, armándose de valor, intentando ser lógico, objetivo, poniendo ante todo su larga labor como profesional del área de la salud mental, le dijo:
-Juan ¿Por qué me dices todo esto? ¿De qué estás hablando? ¿Quién eres?
-Soy el padre que golpea al hijo hasta matarlo. Soy el hermano que viola a su hermana. Soy el marido que maltrata a su familia. Soy la madre que no quiere a su hijo. Soy todo lo que has escuchado los últimos años de tu vida. Soy la razón de lo que eres. Soy aquello que no puedes controlar, ni evitar, ni erradicar. Soy tu amo.
-…
-Doctor, ya tenemos el pase de salida –Escucho la trémula voz de don Julio, a la vez que volteaba a ver a un nuevamente diezmado Juan, un guiñapo, apenas una marioneta de carne y hueso-
-Don Julio, doña Meche, quiero hablar con ustedes…
III
El impecable traje oscuro del director del centro de salud, contrastaba con la miríada de batas y vestidos blancos, de enfermeras, médicos, paramédicos y demás personal del hospital.
-Así que básicamente quieres que se le haga un exorcismo al paciente…
-Carajo Sotelo, ya te di mi justificación. Pero te lo explico brevemente. El paciente cree estar poseído. ¿O tú crees que en verdad esta poseído? No ¿verdad? Es un acto simbólico. Parafernalia. Básicamente es lo que venden los psíquicos, los que leen las cartas, los brujos y demás fauna pseudo profesional. Si cree estar poseído, hagámosle creer que va a ser exorcizado. En el informe-reporte que te envié, está el detalle y justificación de mi caso. No estoy diciendo que todos los casos se van a tratar así. Pero este se acomoda de maravilla. Sotelo, no soy un charlatán, tengo estudios de posgrado en el área clínica. ¡Soy tu jefe del servicio de psicología clínica!
Sotelo lo miraba con ese aire de superioridad y conformismo. Después de todo el era el jefe. Además, ya se imaginaba los encabezados de los periódicos ¡No! Mejor aún, el encabezado en la televisión “Se realiza un exorcismo en el hospital regional de alta especialidad Lic. Juan Pérez”.
-Mira, lo que me preocupa es la salud del paciente –La mirada y mueca que no pudo contener Narciso dijo “sí, como no”, a lo que su jefe no le importó-
-No quiero que esos padrecitos lo maten en mi hospital
-Ya te dije que esto no es como la película que refieres. El paciente no está sin comer, esta sedado y yo voy a estar presente durante todo el procedimiento
Sotelo asintió más para sí que para Narciso. Daba su aprobación. Y mientras se alejaba para su oficina, no deja de pensar en la cantidad de propaganda gratis que iba a obtener.
IV
-Dicas mihi quod est nomen tuum –le dijo el sacerdote a Juan, que en latín significa “dime cuál es tu nombre”-
-No te lo diré
Mientras tanto, Narciso observaba la elaboración del rito. Les pidió a sus amigos sacerdotes que no quería escuchar lo que dijeran. Ellos le dijeron que no se preocupara, que toda la labor la harían en latín, lengua que Narciso no conocía-
-Narciso, no seas cobarde. Sal ¡Enfréntame! ¿No quieres saber quién soy?
-Escucha, Narciso. Somos muchos. Somos legión. No pueden detenernos. Este mundo es nuestro y ustedes nuestros esclavos. ¿Recuerdas el llanto de la niña violentada a su corta edad? ¿Recuerdas que casi lograban demostrar que lo había inventado? ¡Ah! Pero tú, Narciso, si le creíste. Y pudiste obtener la verdad del padre de esa mugrosa. Pero no pudiste hacer nada para evitar su muerte. ¡Sí! Recuerdas, se suicidó. ¡Fallaste!
-No lo escuches, Narciso. Te aseguro que Dios está contigo. Él –le dijo el padre Abraham, mientras se dirigía a Juan- está acorralado, no puede seguir en ese cuerpo. Por eso te ataca de esta manera
Narciso recordaba ese evento triste de su experiencia como psicólogo. La niña, una bella adolescente, terminó sus días tomando veneno. “Lo siento Narciso, me ayudaste mucho. De verdad. Disfrute de algunos días, pero ya no puedo. Lo siento. De verdad. Estaré mejor. Y si puedo, te ayudaré desde donde este. Te lo prometo” fue la breve nota dejada a su nombre.
-Escucha Narciso, mi nombre es “…” –Pero Narciso no escuchó. El recuerdo de Violeta, la niña adolescente suicida, lo hizo llorar amargamente. Sus ojos se anegaron en una cortina de lágrimas y sus oídos escucharon una y otra vez la palabra “gracias, muchas gracias, Narciso” en voz de la pequeña Violeta-
V
Narciso llegó a su casa, con más pesar que el acostumbrado.
-Amor, ¿Quieres cenar? -Le preguntó su esposa. Ella, acostumbrada al trabajo de su esposo, se esmeraba por hacerle mejor la vida. Después de todo, lo amaba con locura-
Narciso no dijo nada, sólo se acercó a su amadísima mujer, la estrecho entre sus brazos y lloró largamente en su regazo.
-Amor, soy un creyente, ahora lo sé con certeza –Le dijo después de un buen rato-
-¿Creyente? Por fin te convencieron tus amigos los sacerdotes
-No, me lo dijo el enemigo
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