jueves, 28 de diciembre de 2017

Relato ficcional, basado en personas de la vida real (mía)


Llegué, como casi siempre, llego, enfocado en lo que voy a hacer. Ensimismado en mis pensamientos, no lo vi venir.
O mejor dicho, no me llamó para nada la atención. Si venía o no, era lo mismo.
Hasta que me encaró.
-          - ¿Por qué te haces wey[1]?
-          -
-          - ¿Eh?
Mi amigo, el mecánico, realmente estaba enojado conmigo. Comencé a realizar una rápida evaluación de su comportamiento, de su semblante. No se ve que esté tomado o drogado, tiene como una semana que no había ido al taller, hasta donde alcanzaba a recordar, todos los trabajos realizados ya habían sido cubiertos (monetariamente).
Tal vez tenía el equivalente a la menstruación en los hombres. No se me ocurrió una mejor explicación. Antaño, me hubiera enfrascado en una discusión coloquial.
-          - ¿Qué te pasa, pendejo[2]?
-          - ¡Chinga tu madre, puto[3]!
Pero no, uno aprende de situaciones pasadas. Si no aprendes del pasado, eh, pues, pobre de ti.
Así que armándome de paciencia, le espeté:
-          - No entiendo tu molestia
-          -
-          - ¿Por qué no me has pagado?
-          -
Supongo que mi cara de incredulidad y total desconocimiento de la situación era tan evidente, que mi amigo, el mecánico, suspiró profundo y comenzó a reflexionar.
-          - No te avisaron… Vino tu coche, traía unas mangueras rotas y fugaba agua
-          - Ya lo reparé, pero no me has pagado.
-         - … Ya veo…
-          - Mira cabrón –le dije, ahora el molesto era yo-
-          - Si no me pones en contexto de las cosas, no nos vamos a entender y vamos a tener situaciones que no tendrían por qué presentarse
-         -
Ahora mi amigo ponía esa cara que tiene cuando no entiende de qué estamos hablando. Como ya lo conozco y siendo tan directo como soy, le dije:
-          - A ver, que es lo que no entiendes
-          - Tus pinches palabritas domingueras
-          - ¿Uh?
-          - Sí, ¿Contes qué?
-        - Ah. Contexto. Dije, si no me pones en contexto de la situación, no nos vamos a entender. Como ahorita. Además, cuales palabras domingueras. Que no las utilices, es tu problema, no mío
-         - Puto…
-          - Por ejemplo, las feminazis[4] tienden a atacar a Nietzche, catalogándolo como machista misógino, es decir, que odiaba a las mujeres. Y lo dicen porque hay una frase en el libro “Así habló Zaratrusta” que dice: ¿Vas con mujeres? No olvides el látigo
-          - Contextualizar en este caso, quiere decir que hay considerar lo que escribió antes y después de esas pocas palabras. Reducen el pensamiento filosófico de Nietzche a 7 palabriatas no domingueras y lo catalogan de misógino
-          - También, si se contextualiza el evento en la línea de vida de Nietzche, vamos a encontrar la posible explicación de lo que quiso decir con esa frase
-          - Ah… aun así eres puto
-          - Jajajaja –No puedo evitar reírme con la facilidad que tiene este mecánico iletrado para aligerar una situación escabrosa
-          - A ver. Ya te dije la frase ¿Es o no misógino el señor Nietzche?
-         -
Para mi sorpresa, se tomó un par de minutos para responder. Era evidente que sus neuronitas estaban haciendo sinapsis. No podía volver a quedar como un tonto ante mí. Eso pensaba, mientas lo observaba pensando.
-          - Pues depende…
Mi sorpresa iba en crescendo. Espera una afirmación o una negación sobre si Nietzche era o no misógino. Y sobre esa respuesta iba a continuar mi aleccionamiento banquetero de la filosofía de Nietzche. Pero ¡Oh, Dioses del olimpo! Puede que la humanidad aun tenga esperanza
-        -   ¿Depende de qué?
-         - De quien traiga el látigo
-         -
-        -   Puede ser que se refiera a que te cuides cuando salgas con una mujer del látigo que ELLA trae consigo (el énfasis es mío, aunque la inflexión de voz me dio la pauta). O puede ser que tú seas el que lleve el látigo. Y entonces ahí si es uno de esos que odia a las mujeres
La verdad que no esperaba este razonamiento. Es evidente que mi amigo, a pesar de lo que puede estimarse de un mecánico que a duras penas lee los periódicos de nota roja, es una persona inteligente. Cuando quiere.
-      -    Bravo. Así es, veo que ya entendiste lo que significa la palabra contexto. También apreció que no eres tan pendejo como aparentas.
-         - Joto…
-         - Efectivamente. Nietzche estuvo enamorado y friendzonado por una escritora llamada Lou Andreas Salomé. Hay una foto histórica donde sale Nietzche, otro wey escritor que no me acuerdo como se llama (se llamaba Paul Rée por si le interesa al estimado lector) y la rusa. Ella va montada en una carreta, que va siendo “jalada” por Nietzche y el otro wey y Lou lleva un látigo en la mano. Muchos estudiosos de Nietzche concuerdan que esa frase está inspirada en esa foto
-         -
-        -   Bueno, regresando a  nuestro asunto –me dijo mientras se rascaba la cabeza y miraba al suelo- Contextualizándolo, vete a la chingada
- No pude reprimir una franca, escandalosa y larga carcajada, a la cual se unió, mi amigo, el mecánico.
-         - ¿Ves, cómo es bonito usar palabras domingueras?  Hasta se siente bonito que a uno lo manden a la chingada utilizando frases como la que dijiste
-         - Es más, solo te falta tener un monocular, un sombrero de copa y un traje para que te parezcas al mono ese del Monopoly –terminé sentenciando- Porque chaparro, calvo y viejo ya estás
-          - Jajajaja –más risas-
-          - Ponte a leer, a pesar de tu alcoholismo, todavía tienes neuronas funcionales
-          - Huevos, puto
Ojalá y la gente se pusiera a leer. Ojalá.
Por si les interesa, ya le pagué.



[1] Wey, derivado de buey, es una forma de referirse a una persona. Dependiendo de la situación, puede o no tomarse como un insulto
[2] Insulto hacia una persona; es como referirse a alguien como tonto, pero en grado superlativo y aparentemente en consciencia de ser así, pero sin querer mejorar
[3] Sinónimo de gay, aplicado a los hombres. Cuando se utiliza en femenino, la connotación es más bien de prostituta
[4] Mujeres y hombres obsesionados con la igualdad de género, pero desde una perspectiva revanchista. Tengo la teoría que en el fondo son androfóbicos

martes, 19 de diciembre de 2017

Pensamiento decembrino



Me recuerdas a la Luna.
Brillante, enigmática, lejana.

Luna que hasta en la noche más oscura
ilumina mi camino.

Nostalgia

domingo, 17 de diciembre de 2017

La gitana




Hace ya muchos, muchos años, tendría unos 12 o 13 años, en la feria del pueblo, andaba viendo los puestos de tiro al blanco, tiro de dardos, los puestos de juegos, cuando vi una carpa diferente. Era como del circo, al menos así la recuerdo, pero chiquita. De ese tipo que tiene una protuberancia en el centro y de ahí cae el resto de la lona/plástico que lo conforma.
“Se lee el futuro” decía el cartelón de la entrada. Ya había escuchado o visto en tv o películas sobre las gitanas, pero nunca había visto a una. O al menos a una según el prototipo. Así que entré con curiosidad. No había gente. No estaba la persona encargada. Había penumbra. No tenía miedo, solo curiosidad.
Tan pronto estuve frente a una pequeña mesita de centro, salió la gitana, tras unas cortinas. Era joven, al menos así la recuerdo. Pero yo era aún más joven. Un estereotipo. Cabello negro, hirsuto, ojos grandes y oscuros, piel morena clara. No recuerdo si era guapa o no. Creo que sí era guapa. No lo recuerdo porque me sorprendió.
Me dijo “vamos, siéntate”. No había sillas, estábamos sobre una alfombra. A mi corta edad, todavía no había tenido novia y tampoco entendía muy bien porque se besaban los novios. Estaba en secundaria y varios compañeros ya tenían novia. Ya fajaban[1].
Yo todavía no tenía esa necesidad. No la conocía. Aunque ya me empezaba a gustar el cuerpo femenino. Las caras bonitas, las caderas, nalgas y senos. El olor a mujer. Lo suave y cálido de su piel.
Aunque me gustaban, no sabía lo que era besar, un faje. Creo que hasta sentía un poco de asco por besar. A fin de cuentas, era meter en tu boca la saliva de otra persona. Novato.
Obedecí y me senté. “A ver, dame tu mano”. No recuerdo si era la mano izquierda o derecha, porque me dijo “no, la otra por favor”. Fue la primera vez que tuve consciencia del toque de una mujer. En ese entonces, y todavía, no era muy cuidadoso con mi aspecto.
En particular, la pulcritud. Llevaba las manos sucias. En cuanto sentí ese contacto, pasaron varias cosas. Su contacto fue como un choque eléctrico; la piel era suave y cálida; su presencia era enigmática. Inmediatamente después, sentí pena. Tuve plena consciencia de la suciedad de mis manos, por lo que en un acto reflejo, cerré la palma a manera de puño.
La chica (la verdad no recuerdo que edad pudiera tener, así que yo la recuerdo como una chica de entre 20 y 40 años, bien conservada), conocedora de su oficio, supongo, me dirigió una mirada profunda y sonriendo me dijo “está bien, no te preocupes, abre tu mano”.
Me parece que entendió al momento mi situación. Tal vez estaba yo muy nervioso, quizá hasta temblando. Eso no lo recuerdo, pero algo en mí, le dijo a ella exactamente lo que estaba pasando. Sentía pena por mostrar mis manos sucias y que una mujer bonita me la tomara; casi como acariciándola, porque la lectura de la mano conlleva a un “examen” de las líneas de la mano.
Recuerdo que me dijo “veo que vas a vivir muchos años, más de 90 y, a ver cierra tu mano. Ah, sí. Tendrás 4 hijos”. Con esto, gentilmente, tomó mi mano, y la empujó hacia mí. Supe que la “consulta” había terminado. Ella se quedó sentada. No recuerdo si en ese momento le pagué o el pago fue al inicio, pero me salí de la carpa, entre excitado por el encuentro y las “revelaciones”, meditabundo sobre vivir más de 90 años y tener 4 hijos.
No sentí especial felicidad por saberme viejo o con 4 hijos. De hecho no tenía más referencias que mi propia familia. 4 hijos están bien, pensé en ese entonces. Hoy todavía me falta mucho para llegar a los 90 años, aunque ahora creo que no los alcanzaré, y no tengo problema con eso.
Tampoco tengo 4 hijos. Ni siquiera pareja estable. Ni un hijo. Y francamente no creo llegar a tener siquiera uno. Y eso tampoco me causa mayor sufrimiento. A final de cuentas, el destino no se encuentra en la palma de la mano.


[1] Tocamientos entre parejas; a veces, preámbulo de las relaciones sexuales. Besos, caricias candentes