miércoles, 29 de junio de 2011

Nota

Hoy, sí, hoy, he subido dos entradas, una muy larga, otra corta. Es que no tenia internet y el trabajo, la ahora falta del mismo, me habían traído de aquí para allá. Usualmente escribo cuando tengo interne, pero porque debe ser así? Así que escribí aunque no tenía internet y este es el resultado.

No es que me este volviendo prolífico. Además, estas entradas que les comparto son muy personales y densas, y muy posiblemente les resulte harto aburrido. Ni hablar, a mi me sirvió de catarsis. Y ésta, que debiera ser la primer entrada, fue la última, ya ven que la ultima entrada se presenta como la primera.

Y el porque hacer una nota aclaratoria? Pues nomás

Saludos!

Soliloquio nocturno

O del intento fallido de correr de uno mismo

> Quiero irme lejos.
< ¿A dónde?
> Lejos de ti, por supuesto.
< Ja ja ja, estas jodido amigo, muy jodido. No importa cuanto tiempo pases viajando, no importa cuantos medios utilices, no importa cuantos transportes uses, tu y yo estaremos tan cerca como en estos momentos. Tu y yo somos lo mismo.
> Mmm luego entonces no tengo opciones.
< Pues en realidad sí, tienes algunas opciones.
> ¿Por ejemplo?
< Por ejemplo puedes hacerte una lobotomía. Con eso dejas de ser tu y por consecuencia dejo de ser yo.
> Muy drástica solución. Además les dejaría una enorme carga emocional/de trabajo a mis papás/hermanos, no me parece justo, sería poco mas que un vegetal humano.
< Peor amigo, mas bien serías como un zombi. Bueno, peor que un zombi. Un zombi, hasta donde recuerdo, no necesita aseo, ni que le cambien el pañal. Tu cuerpo requeriría de mantenimiento, ya sabes, comida, que lo limpien. Eso hasta que fenezca.
> Y todavía queda la manera de hacerme una autolobotomía, una que parezca un accidente. ¿Ves? Luego entonces no tengo opción…
< En realidad podrías optar por “esa” opción.
> ¡Claro! “Esa” opción. Si la opción anterior implica una gran carga emocional, ésta segunda es incomparable con aquella. Poca carga de trabajo, mucha, muchísima carga emocional a los que me quieren. Y no, no se lo merecen. No puedo optar por “esa” opción, ya que mis papás/hermanos van a necesitar respuestas que ya no podré dárselas.
< Escríbeles una carta.
> Ves mucha televisión. Aunque les escribiera un tratado, siempre requerirían una explicación salida de mis labios. “Esa” opción, no es opción. Sigo atorado.
< En realidad te queda lo que haces hasta ahora. Te comportas como si fueras eterno, y no, mi estimado, no eres eterno. Deja que la naturaleza haga su trabajo.
> Mmm
< Además con el ritmo de vida que llevas, sobre peso, tabaquismo, alcoholismo, no creo que dures mucho tiempo en tu vejez.
> Ajá.
> Esta bien, por lo mientras déjame dormir. Esa es la única solución temporal que conozco de alejarme de ti. Dormir, dormir, dormir.
< ¡Pues duérmete! No te estoy picando los ojos, ¿O sí?
> No, no lo haces, pero estas pensando y yo oigo, vivo esos pensamientos
< Ja ja ja, no te digo, estas en el hoyo amigo. Un hoyo muy profundo.
< Son casi las tres de la mañana, ya duérmete, disfruta de estas tres horas antes que tengas que levantarte para ir a “trabajar”.
> Aunque lo digas con sarcasmo, realmente descanso en esas tres horas, sólo que me cuesta mas trabajo levantarme, tan a gusto que estoy antes de salir de la cama…

Estoy bastante seguro que si Cioran leyera mi soliloquio, lograría arrancarle cuando menos, una subida de ceja. Seguro.

Recuerdos emotivos

El fin de semana pasado, mientras hacia limpieza en mi cuarto, limpieza a fondo, esa limpieza que consiste en tirar toneladas de cuadernos, hojas y apuntes de mi vida estudiantil, encontré unas hojas que había olvidado. Unas hojas de una revista editada en la universidad donde hice la licenciatura.

Se trata de una reseña, la reseña de la actuación de un trovador que fue al teatro de la universidad. La reseña termina con un poema. Un poema que en ese momento, como ahora, hizo un cataclismo en mi psique.

No me alcanzan las palabras para describirles el porque del impacto en mi vida, de esas hermosas palabras. Mejor les cuento un pedazo triste/hermoso/añorado de mi vida. Por aquel entonces, estaba yo enamorado de mi primer gran amor. En ese entonces no sabía, ni nadie me dijo, que el amor no es necesariamente bidireccional. Tu puedes amar a alguien y no ser correspondido y viceversa.

Así pues, en perspectiva, estaba muy encandilado con “la reina del hielo”. Tiendo a poner apodos a las personas que me rodean, y las mujeres de mi vida no se escapan a tal desvarío. Le decía la reina del hielo o témpano andante, porque era muy fría en su trato. Como suele sucederme, me engancho con gran alegría y facilidad a las mujeres bonitas. Ella era muy bonita. Pero de esa belleza que yo le llamo “estética”. Ciertamente no tenía un cuerpo voluptuoso, pero su cuerpo sin duda alguna, era muy femenino.

Los ojos, la boca y la nariz, como me encantaban. Y el tacto, la tesitura de sus manos me producía algo así como descargas eléctricas. No exagero, de las pocas veces que logre tomarla de las manos, me producía una sensación suave al tacto, suave pero fría, como el agua de manantial de monte por la madrugada. Nada desagradable, muy al contrario.

Y además tenía otra característica que como me engatusa. Su porte. Yo le decía, bastante convencido, que podría dedicarse al modelaje. Acepto que exageré en mi apreciación, pero en aquel momento yo era un hombre enamorado. El porte era de una mujer muy propia, su maneras eran gatunas, finas. Hasta cuando miraba con desprecio, lo hacia con elegancia.

¡Esa es la palabra! Era muy elegante. Y la elegancia no tiene que ver con la ropa que usaba, pues nunca la vi vestida de gala, pero siempre me daba esa idea, con jeans y blusa, o pescadores y playera, o las combinaciones de ropa femenina que francamente desconozco y existan, siempre me parecía muy elegantemente vestida.

Como tiene el cuello largo, cuando usaba bufandas o cuellos de tortuga o cuellos normales, lucía muy elegante. “Tu torre de cristal personal” le decía en referencia a lo largo y blanco que me resultaba su cuello. Aunque en realidad no es muy alta, tal vez un metro setenta o un metro sesenta y algo, pero dada su complexión delgada, la hacia ver mas alta de lo que en realidad es. Cuando usaba botas, lucia impresionante. Nunca la vi de zapatillas, pero seguro que igual luce espectacular.

Bien, esa es la mujer que me hacia soñar despierto. Por supuesto que le dije que fuera mi novia, después de cómo tres años de relación. Aunque dicha relación era desconcertante. Tal parece que ese es mi sino, tener una relación muy cercana y agradable, pero no tanto para llegar a ser mas que amigos. Y digo que era desconcertante porque teníamos intimidad.

Quiero hacer notar que para mí, intimidad no es equivalente a tener sexo. Tener sexo es como hacer ejercicio: resulta agradable, sudas, te diviertes y te sientes bien. Pero eso no es intimidad. Yo digo que la intimidad, si es que ocurre, se presenta antes y después del sexo. El sexo solo es coger. Y claro que me encanta el sexo, ¡a quien no! Pero insisto, el sexo no es intimidad.

Digo que teníamos intimidad porque pasábamos mucho tiempo junto. Muchas veces la acompañe a la puerta de su casa, hasta entre a su casa, conocí a sus papás, a sus hermanos, platicábamos horas y horas. Todo muy agradable. Además teníamos un vicio en común: fumábamos como posesos.

No hubo temas tabúes, ni prohibidos. Realmente la pasábamos muy bien. Y es aquí la parte desconcertante para mi. Cuando íbamos en la micro/combi, muchas veces, siempre a instancias mías, la tomaba de la mano. Tal vez les suene tonto, de un perdedor, pero como atesoro esos momentos. Cuando nadie de nuestros conocidos/amigos nos veían, me permitía esos atrevimientos. Sé que no era sano, pero para mí bastaba. Soy un hombre de pocas exigencias.

Derivado de esas “tomadas de mano” fue la señal que esperaba para decirle que pasáramos al siguiente nivel. ¡Desastre total! Al menos para mí. Con el clásico “es que te quiero como a un amigo” selló una parte importante de mi vida. Desde entonces, he odiado esa manera de decir “no me interesas en plan sentimental”. “Mejor miéntame la madre” pensé en cuanto me soltó esa cagante estereotipada frase.

“Dada las circunstancias, es mejor que dejemos de vernos”, no fueron esas las palabras exactas que dijo, pero así las recuerdo. Ya por esas postreras etapas de la licenciatura, donde yo iba adelantado y ella se quedó atorada en algunas materias, dejamos de frecuentarnos. Una ocasión, por pura casualidad, en las que yo con mucha frecuencia, me pasaba a quedar en una especie de cantina estudiantil, a beber cerveza, fue que llegó ella. ¡Un pequeño triunfo para mí! Y es que con solo verme se puso rojísima. Ella tiene la piel blanca, no de color rubio, sino blanca, como la leche. El color de sus mejillas eran de un color encendido. ¡Algo le moví, a wiwi!

“Hola”, “hola” respondí. Y dado que íbamos en grupo, nos sentamos en una mesa, todo el grupo de amigos. Pocos sabían de mi desafortunado intento amoroso, así que no fue nada raro que nos sentaran juntos, un alguien, su servidor, ella y otro alguien. Me sentí a gusto, no bebí mucho, pues aunque mi corazón también se aceleró, mi piel me permite esconder ciertos sentimientos, y no quería hacer el ridículo. Como a la tercera cerveza, baje mi mano para colocarla a la mitad de su muslo.

Su primer reacción fue de sorpresa, pero como todos estábamos en el convivio, nadie se percato de mi movimiento. Ella solo atinó a hacer un leve, débil intento por retirar mi mano, que se aferraba con cierta firmeza a su muslo. Y fui feliz. Nos despedimos, ya era noche, “adiós” le dije, “nos vemos” me contestó. Y nada más volvió a pasar entre nosotros.

Si has llegado hasta aquí, estimado lector, debo decirte que es el preámbulo, la mitad más o menos, de lo que tengo que decir. Porque no es ella quien es la depositaria del poema que tanto me ha gustado desde entonces. Es otra ella. Esa otra, tan distinta de la “reina del hielo”, tanto en color de piel, como en sentimientos, como en figura. A esta otra, que si les digo como me refería a ella, sabrán su nombre y no es que sea algo malo que lo sepan, pero prefiero que ellas permanezcan en el anonimato. Además, sus nombres no son relevantes para lo que les estoy contando.

Esta otra, es más bien chaparrita, morenaza de fuego, no es precisamente una belleza, pero tampoco es fea. Con un cuerpo curvado, no tan estético, pero no menos bello. De ella, lo primero que me llamo la atención fue su largo e hirsuto cabello. No de ese tipo chino cerrado, mas bien ondulado, no lacio. Negro azabache su cabello, que cuando el sol le pega, brilla con una fuerza animal. Largo, a tres cuartas partes de la espalda, que cuando lo trae mojado, fácilmente le llega hasta la cintura.

¡Adoro el cabello largo! Pero lo que me enamoró de esta otra mujer de mi vida, es su carácter tan abierto, franco y sincero. De risa prolifera y sin tapujos. A ella la conocí al mismo tiempo que a la reina del hielo, pues los tres estábamos matriculados en la misma carrera. Pero, además de estar yo embelezado por la mujer estética, ella, la mujer de fuego, tenía novio. Y a la par que desarrollaba mi amistad/amor con la primera mujer, con la segunda también crecía algo que después no pude controlar.

Estudiábamos juntos, ya que ella y yo íbamos a la par en los estudios. Tomábamos las mismas clases, hacíamos equipo en los trabajos escolares, y nos iba bien. Siempre calificaciones altas. Era mucho más inteligente que mi amor desastroso. Ella supo, en algún momento, de lo que sentía por la reina del hielo.

- Ah pero si eres bien pendejo, nunca te va a pelar, no ves que ella es hija de papi, necesitas coche, y no te sientas mal, pero no creo que seas su tipo. Me decía
- No le hace, me gusta mucho. Le contestaba, no tan convencido de mi “no le hace”
- Pues allá tú.

***** (la morenaza de fuego) fue la primer persona que le conté de mi fallido intento por emparejarme con la reina del hielo. Fue la primera que me consoló. “¿Ves, te lo dije?”. ¿En qué momento comenzamos una relación? No lo recuerdo a bien, pero seguramente fue cuando más nos frecuentábamos; como dije, fue la primera que me consoló, íbamos al cine, a los eventos de la escuela, a estudiar a la biblioteca.

***** me ayudó a salir adelante. Creo que ella y yo congeniábamos al cien por ciento, y por lo mismo, la pasábamos genial juntos. Ahora yendo al museo, luego a las marchas (jejeje ambos éramos “rojillos”), dando nuestra opinión sobre el mundo, ¡componiendo el mundo!

“------, ya esta sospechando que le pongo el cuerno”, me dijo en cierta ocasión. Idiota que es uno, yo todavía con la esperanza de que la reina se fijara en mi, no había contemplado, en serio, mi relación con *****. Hasta ese momento. Por esos días, fue que se presento el autor del poema, que encontrarán mas abajo, a dar su cátedra de canciones y sentimientos, en el auditorio de la universidad. Y por supuesto, fuimos juntos.

- Pero a mí la trova ni me gusta. Le dije
- No seas fresa y vamos. Me contestó
- Ta bien, pues, vamos. Concedí

Auditorio lleno. A reventar. Que les puedo decir, es una de las actuaciones mas humanas, sentimentales y hermosas de las que he asistido hasta el día de hoy. Es increíble lo que te puede mover internamente una voz, una guitarra, y la habilidad para combinarlas. Cantó y contó, historia tras historia, muchas de amor y desamor, otras jocosas, unas más anecdóticas.
Regresó, bueno lo hicimos regresar hasta tres veces. Nadie se movía de su asiento, nadie paraba de aplaudir. Y el artista nada ingrato con su público, tampoco se retiraba definitivamente. Pero todo lo que comienza tiene que terminar. Es la ley de la vida.

- De verdad muchachos, ya no tengo canciones, ya no tengo historias, ya no tengo voz, ¡Por favor, déjenme ir!

Y lo dejamos ir, entre un mar de aplausos.

- A la otra que venga, volvemos a venir. Le dije emocionado a *****
- ¡Pero por supuesto!

Nunca más regresó. No al menos en el resto de mi estancia en la universidad. Pocos días después, apareció en una revista de edición interna, una breve narración de la actuación del trovador. Y ahí estaba, el poema, el dichoso poema que a continuación transcribo:

Hablemos de Amor

Nuestro amor se a vuelto fuego
y no quiero que te quemes,

pues al igual que yo le temes,
a dar todo por el todo.

No es por miedo, si no el modo
de
evitar que las cenizas,
vuelvan pardas las sonrisas que han brillado con las llamas.

Pues mas vale que las flamas se agiganten junto al frío,
a que el viento o el rocío nos las vengan a apagar.


Aprendamos a jugar con el fuego sin quemarnos,
y tu y yo vamos a amarnos,
en la fragua hasta fundirnos,
sin el miedo a confundirnos
al calor de nuestra vida
y que no se haga costumbre,
que sea nuevo cada vez

si nos vemos cada mes o nos vemos cada noche,
que no sea nunca un reproche lo que digan nuestros labios.

Nuestro amor sera de sabios.

Y la fuerza del instinto lograra que sea distinto,
al camino recorrido y al camino por correr,
Por que sabes, sin saber,
lo que soy y lo que he sido.

Y ni novio ni marido me podrás llamar jamas,
porque yo soy algo mas,

no por mucho, no me midas.

Solo se que lo que pidas por amor te lo dare,
que sin el no te doy nada.
Y me iré de madrugada cuando un poco de todo esto
para ti no este dispuesto.


Que por hoy a cada instante,
te amaré como una amante
como niño mi ternura
jugara con tu cintura,
con tu vientre,
con tu piel.

Y jamas te seré fiel como lo es aquel
marido que al amor lo tiene unido
unas firmas, una cruz,

Tras mis sombras hay mas luz
no por eso soy mejor,ni me siento mas honrado,
solo sé que yo te amado, como se ama a una mujer.

¿Se imaginan? Tal pareciera que estaba inspirada en mi relación con *****. Guarde ese pedazo de papel, aunque todavía no sabía conscientemente porque. Era más que obvio, ¿No? Pero obtuso que es uno.
Otros tantos días después, ***** me citó en el edificio D, tercer piso, a esa hora de la tarde, donde ya casi no había gente. Sitio habitual para parejas “al borde de la ley”. No recuerdo exactamente como pasó lo que pasó, lo único que recuerdo fue lo siguiente:

- Entonces ¿Así quedamos?
- Sí, así quedamos

Según mis recuerdos, el acuerdo que aceptaba es que nuestra relación no tenía futuro, pues ella ya estaba bastante comprometida con su novio (actual esposo). Y que yo, dadas las circunstancias, no le daba la importancia adecuada a la ya intensa relación que llevábamos.

De mis últimos actos hacia ella, fue dejarle el poema, la hoja del poema en su casillero, con una nota mía diciendo:

“No sabes cuanto bien me ha hecho tu presencia en mi vida. Llegaste justa, para sacarme del hoyo. No sabes cuanto me duele aceptar que ya no sigamos con lo nuestro. Pero está bien. Y te dedico este poema que no es mío por paternidad, pero sí es mío por sentimiento, porque lo hago muy mío, porque dice mucho de lo que quiero pero no atino a decirte. Tómalo, ahora es tuyo. Con todo mi amor y cariño”
++++

Y me gradué, y me incorporé al mercado laboral, dejando atrás, amigos, profesores y amores fallidos.

Años después, estando ella ya casada, yo casi igual que cuando nos despedimos, nos reencontramos en una reunión de “amigos” de la escuela. ¿Que puedo decir cuando la volví a ver? Amor, cariño, mucho afecto, emoción.

- ¿Cómo estas?
- Bien ¿Y tú?
- Ya me casé…
- Sí, lo sé. Felicidades. Que mala onda, no me invitaste a la boda.
- ¿Sinceramente, hubieras ido?
- Sí, para objetar cuando el padre preguntara lo de la objeción
- Ja ja ja, no me casé por la iglesia
- Por el civil preguntan lo mismo, ¿No?

Convivimos muy a gusto, todos, los ex compañeros, algunos ya con hijos, otros casados otros en proceso de divorcio. Y algunos pocos, como yo, sin algo relevante que contar.

No quiero hacer una apología del alcoholismo, pero en mi experiencia, como ayuda, en cantidades controladas, para ablandar al yo y dejar que se digan las cosas, por mas sinceras y duras que estas sean.

Esto viene a cuento, porque ella, *****, con lágrimas en los ojos, lágrimas que en verdad me dejaron turbado, porque salieron de la nada, cuando estábamos platicando de algún tema trivial, aunque jocoso, me dijo:

- …
- ¿Por qué me dejaste ir?
- ¿De que hablas?
- ¿Te acuerdas de ese día, en el edificio D?
- Sí, con mucha tristeza, cuando me pediste que dejáramos nuestra relación
- ¡Estás loco! ¡Fuiste tú quien ya no quiso continuar!
- ¡Claro que no!, tú me dijiste que tu relación ya estaba muy consolidada, que yo no te prestaba la atención debida. Solo dije que sí a tu petición
- Y luego ese poema, ¿Te acuerdas?
- Como olvidarlo; no recuerdo exactamente que dice, pero si recuerdo el sentimiento que despierta en mí
- Pero, no, tú ya no quisiste seguir
- Que no, fuiste tú
- …
- ¿Hubiéramos sido felices?
- No lo sé, tal vez en estos momentos estaríamos divorciándonos. O tal vez estaríamos criando un bebé. O tal vez estaríamos divorciándonos, a la vez que criamos dos bebés
- Ja ja ja, sigues siendo el maestro de burlarte de las desgracias, propias y de los otros
- Prefiero reír a llorar
- ¿Te molesta que llore?
- No, pero me pone triste
- Ay amiguito, ¿Así que todo se reduce a un mal entendido?
- Espero que no…
- ¿Eres feliz?
- Pues, sí, él me quiere mucho, vivimos a gusto, salimos, nos divertimos. Sí, soy feliz. ¿Y tú?
- No
- Ja ja ja, franco a morir
- Si, ya vez, sigo muy igual
- …

Y seguimos platicando de trivialidades.

¡Todo es remolino de recuerdos gracias a un pedazo de papel olvidado entre hojas y hojas de papel! Carajo, estoy seguro que de haberlo buscado, no lo hubiera encontrado.

Estimado lector, que has leído todo este espagueti personal, te estoy muy agradecido. Quiero terminar diciendo que el autor del dichoso poema se llama, perdón, quiero decir, se llamaba Marcial Alejandro, acaecido a el 22 de marzo de 2009.

Desde esta extensión de mi conciencia, recibe, si es posible, entrañable trovador, mi más profundo afecto, cariño y respeto. Ojala que otras personas te recuerden como yo a ti.

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sábado, 11 de junio de 2011

El Píjarito

Diminutivo del apodo original, Píjaro. Es un hombre de edad, tal vez mayor que mi papa, unos diez o quince años. Yo le calculo unos 70 y algo. Es difícil de precisar, porque el Píjarito se ha partido el alma desde siempre y tiene la clásica figura del mexicano pobre: flaco, pero correoso, pareciera en la antesala de la muerte, pero años pasan y mejor se mueren los que están “sanitos” (como no se van a morir, semejantes gordos). Tal pareciera que nació así como es. Para ser francos, desconozco si alguna vez fue feliz.

De mirada larga, profunda y muy cansada, muy vieja, es de buen trato. “No le queda de otra” pienso cuando se refieren a una chica poco agraciada (feíta o gordita) como buena onda. No le queda de otra al Píjarito debería pensar. Lo cierto es que no pienso eso de él. Tal vez sea porque soy misógino, o porque me identifico con el género masculino, o vaya usted a saber por qué. El sentimiento que me da cada que lo veo es de una profunda tristeza.

Tal vez eso sea con lo que me identifico. Una tristeza muy superior a la mía. Al menos eso creo, nunca le he preguntado si es feliz. Pero su trato no refleja tristeza, cansancio tal vez. El Píjaro se dedica a las “talachas”, ese oficio que da servicio a las llantas, pero sin equipos sofisticados, muy mecánico el asunto y por lo mismo desgastante. ¿Han cambiado una llanta? Eso de estar en cuclillas, agachado y con el cuerpo doblado, si no estás acostumbrado, cansa. Y mucho. Más si tienes una “llanta” integrada en tu puerquecito. Más si tienes edad suficiente para jubilarte.

Yo creo que de ahí le viene el cansancio al Píjaro. Pero él no se queja, nomas trabaja y trabaja. Pareciera que siempre estará ahí para cuando necesitas una talacha, o aire para tu llanta. Hasta el momento, siempre que voy, siempre lo encuentro. Se me hará raro el día que no lo encuentre. De alguna manera, este señor me inspira respeto. No como al que le tengo a mi padre, pero si mucho mas respeto que muchos colegas que tengo. Mucho más.

Hoy pase porque tengo una llanta que se le baja constantemente el aire. Estaba dormitando. Mejor dicho, estaba dormido. Francamente dude entre hablarle y dar la vuelta para regresar otro día. Pero por una parte me preocupaba que mi llanta tuviera un desperfecto, y por otra parte, si me iba, el Píjaro dejaba de ganarse unos pesos, pocos, pero necesarios.

Así que lo más amable y cortes que me fue posible, le sacudí el hombro. Me miró un poco desconcertado, no mucho, unos dos segundos, que si no estás a la expectativa de la reacción del otro, ni cuenta te das.

-“Buenas, Don, ¿Me revisa la llanta?”

El me responde con esa voz apagada y aguardentosa.

-“Sí, ahí ponlo”

Me pregunto si es apagada y aguardentosa porque antaño se desgañito diciéndole palabras bonitas a las mujeres, o porque grito por seguir a su equipo de futbol favorito, o porque se la paso conversando con sus amigos. O tan solo es la edad. Esto último es lo más probable, pero la idea romántica de que se quedo sin voz porque les hablaba bonito a las mujeres es con lo que me quedo. Poco probable, pero a mí me gusta así.

Lo veo moverse con la presteza de quien está acostumbrado a servir a los demás. Pero no a manera de servidumbre, sino como un servicio que tú no sabes hacer y que el otro sí. Mete debajo de mi coche su “gatote” hidráulico. Es un gato tipo patín, viejo como su dueño, pero eficaz, también como su dueño.

Me gusta como trata el rin de mi auto. Algo sabe de rines y llantas. En lugar de meter sus herramientas toscamente, como en casi todos los “servicios computarizados” que conozco, busca con cuidado el diámetro correcto de los birlos. En lugar de azotar el rin, lo baja con cuidado y lo rueda.

Trata bien mi pertenecía. Por eso voy con él. Y es que no sé si no le queda de otra, pero sí sé que, dentro de lo bueno o malo del asunto, le gusta su trabajo. Creo que a mí también me gustaría hacer talachas. No para vivir, sino a manera de terapia. Se requiere algo de físico y habilidad para quitar la llanta del auto, y luego quitar el neumático del rin.

-“Pues no le veo problema alguno, pero ahorita se lo hacemos”

Ja ja, a pesar de todo, se permite bromear. Eso es algo que me gusta de las personas. Yo mismo prefiero reír a llorar. Aunque a veces me gana el llanto, prefiero los estertores de la risa loca que los estertores del llanto amargo.

Lleva la llanta hacia el sistema último de detección de fugas en una llanta: una bañera llena de agua lo mas cristalina posible.

-“Aquí está el problema, chiquita la fuga, mira”

Y yo miro. Y sí, es pequeña la fuga, imperceptible sin el sistema detector de fugas “Píjaro 2011”

-“Nomás que no te la puedo arreglar, ya viene parchada”

Asiento lacónicamente, pues ahora recuerdo que esa llanta tiene un “detalle”. El detalle es que en un banquetazo, se daño la cara. Se supone que la compusieron, pero no quedo bien. O bueno, quedo lo mejor que se pudo. Después de todo, el desgaste por presión, lo lleva la cara de la llanta.

-“Ni hablar Don, ¿Cuánto le debo?”

Me da el precio. No es mucho, más bien es casi nada. Le doy un tanto más. A fin de cuentas, trata bien a mis rines.

Me aconseja que no cambie la llanta, que nada mas le eche aire una vez a la semana, esta “buena” todavía, me dice.

-“Sale pues don Píjaro, muchas gracias”

Y me voy. Y le rezo a mi Angelito de la Guarda:

“Angelito de mi guarda,
Dulce compañía
No me desampares, ni de noche ni de día
Cuando veas que ya no sea autosuficiente
Arráncame la vida, aléjame de la agonía.”

viernes, 3 de junio de 2011

Introspección

-Nada ha cambiado…

Soltaste esa frase como sólo tú sabes hacer. Sin malicia, sin saber las consecuencias de tu acto. A veces creo que lo haces sin pensarlo. Pero no, no es tu forma de ser. Mucho de lo que llamo la atención acerca de ti, es tu inocencia. En algunas cosas, claro.

Pero sé que no imaginaste el poder destructivo que esa frase tuvo en mí. “Nada ha cambiado” dijiste, y mientras seguíamos la conversación, la mitad de mi cerebro, de mi atención divagó y divagó sobre la importancia de tu frase. Si nada ha cambiado, estamos como cuando nos despedimos, bueno, cuando yo me despedí. No recuerdo en que siguió nuestra plática.

¿No hay futuro entre nosotros? No, tu frase lo sentenció todo. Así de sencilla, así de demoledora. “Nada ha cambiado” dijiste, cuando yo quería explorar la posibilidad. Tal vez lo intuiste, de manera inconsciente, y esa fue tu respuesta a una pregunta no planteada.

¿Qué pude haberte dicho? ¿Reclamarte? ¿Reclamar, qué? Si antes éramos “amigos”, ahora somos poco menos que eso. Y no es porque ya no quiera verte o hablarte, es porque también necesito verte, olerte y sentirte. Pero no, tal cosa ya no debe ser. Por mi bien. Y la amistad, como todo en la vida, debe cultivarse para preservarse.

Una de las divagaciones en las que caí, fue con respecto un artículo, de esos que me gustan leer, era la plática ficticia entre dos científicos/filósofos que se planteaban el hecho de que pasaría si en un universo donde todo es inamovible llega un objeto de un universo donde todo es imparable. La respuesta fue: “Tal situación es imposible, en un universo inamovible no puede existir lo imparable. Y en un universo imparable no puede existir lo inmovible. Son universos mutuamente excluyentes”.

Tiene lógica y sentido. Pero no, amigos científicos/filósofos, a veces lo imposible ocurre. Yo tengo la respuesta correcta: “Lo que sucede en un escenario así, es que uno de los universos se marchita lenta, pero inexorablemente, mientras que el otro permanece”. Es increíble la capacidad de la mente humana, mientras tú y yo seguíamos hablando de no sé qué, yo llegaba a conclusiones y mas conclusiones, ninguna favorable a mi persona.

-Nos vemos

-Que estés bien

O algo así fue el fin de nuestra charla. “Nada ha cambiado” dijiste, “Tampoco de este lado” te hubiera dicho, pero no lo hice. Esta fue la ocasión en que dos universos mutuamente excluyentes se encontraron. A veces lo imposible no es agradable de vivir.