Resumen: Mi punto de vista sobre la costumbre/maña del ser humano de guardar cosas
En mi pueblo llueve con cierta frecuencia. Tenemos un clima lluvioso una (cálculo personal) tercera parte del año, más o menos. Y la lluvia viene acompañada de rayos y truenos. Los truenos, pero principalmente los rayos, tienen la característica de quemar los aparatos eléctricos.
Se supone que mi hogar esta aterrizada físicamente, pero esto no para el efecto de inducción magnética ¿Cómo lo sé? Pues porque, incluso, con el interruptor principal de la energía abajo (cortando el flujo de corriente eléctrica), cuando caen los rayos, a veces, no muy frecuentemente, pero a veces, los focos se prenden.
Las primeras veces si te agarra desprevenido y hasta miedito te da. Pero después analizas el fenómeno y caes en cuenta del efecto de la inducción magnética. Pero hay otro efecto, más dañino y perjudicial para los aparatos eléctricos: se queman.
No todos, claro, pero si algunos como el modem (por eso luego no tengo Internet) y dependiendo de la cercanía de la caída del rayo, algunos transformadores de aparatos como los cargadores de telefónicos.
Por eso cuando comienza a tronar, ahí me tienen desconectando antenas, el modem, las clavijas de casi todos los aparatos eléctricos. Y sí, si uso reguladores, pero como les comentaba, eso sirve para los picos del voltaje que vienen por la red eléctrica. Pero el efecto de la inducción magnética no puede ser detenido de esta manera.
¿Y que tiene que ver todo esto con la cuestión del acumulamiento de cosas? Bueno pues resulta que en uno de estos aparatos eléctricos, específicamente un teléfono inalámbrico, tenía mucha información de personas que ya casi no frecuento, pero cuya información no poseo en otro lugar. Es decir, como el dichoso teléfono se estropeó, perdí toda esa información.
La gran mayoría la puedo recuperar, otro tanto no me interesa (es más, ni recuerdo que pueda haber) y una muy poca, poquísima información, si me pudiera interesar recuperar. O tal vez no.
Quiero, pero no quiero. Resulta que en la memoria de este teléfono tenía guardada la información de un mujer muy querida por mí. El número de su casa. La última vez que le llamé fue en abril del 2012, hace no mucho. Nos vimos y no me fue bien. Me fue muy mal de hecho.
Mal y no. Y de ahí el título de esta entrada. Acumulamos cosas. Volteo y veo el calzado que tengo. Pues hay cuando menos cuatro pares de zapatos y unas botas que no recuerdo cuando fue la última vez que las usé. Los zapatos ya ni me gustan y con mi actual ocupación de semi NiNi menos probabilidades de uso van a tener. Las botas no se diga. Yo soy más de tenis.
Pero ahí las tengo. Lo mismo pasa con mis apuntes estudiantiles. Todavía guardo las libretas desde la secundaría. ¿Para qué? Francamente no lo sé. Estaba revisando mis notas de la prepa y la universidad. Algunas cosas ya no me acuerdo, sobre todo de matemáticas avanzadas y otras, la gran mayoría, ya no tienen interés para mí. Pero ahí tengo todo ese cúmulo de hojas y hojas.
“Sí, mejor las guardo, uno nunca sabe cuando pueden ser útiles” Ajá. No he ocupado algo de eso que he ido acumulando hasta ahora. Y lo más probable es que nunca lo llegue a ocupar. Es más, si no reviso lo que tienen, ya ni sabría que información poseo. Luego entonces, el no saber que es lo que estoy guardando o no tener esa información, vienen a ser para efectos pragmáticos, lo mismo.
“Sí, mejor las guardo, uno nunca sabe cuando pueden ser útiles” Ajá. No he ocupado algo de eso que he ido acumulando hasta ahora. Y lo más probable es que nunca lo llegue a ocupar. Es más, si no reviso lo que tienen, ya ni sabría que información poseo. Luego entonces, el no saber que es lo que estoy guardando o no tener esa información, vienen a ser para efectos pragmáticos, lo mismo.
Lo mismo y no, porque estoy ocupando espacio. Pero uno, como persona, prefiere tener a no tener. Aunque el tener no implique necesariamente que se ocupe. En mi caso, no he ocupada algo de lo que he guardado, para absolutamente nada. Y caigo en cuanta que eso de tener es solo una muletilla, una tablita mental de salvación. Salvación, ¿de qué?
Vivimos de una promesa de que estamos bien o vamos a estar bien. El acumular cosas es una expresión de esa promesa. A lo mejor esos zapatos o esas botas las voy a ocupar después. Mejor tenerlas a no tenerlas. ¿No? Pues no, porque si no las ocupas de manera cotidiana, lo más probable es que nunca más las ocupes.
Eso pasa con el conocimiento, si no lo ejerces o usas, lo más probable es que lo olvides y para efectos prácticos es como si nunca lo hubieras aprendido. La única ventaja es que la curva de aprendizaje de un conocimiento adquirido previamente es menor a que si nunca lo hubieras adquirido con anterioridad.
Y un tren de pensamientos me inundó cuando caí en cuenta que ya no tengo el número telefónico (de su casa, porque el celular sí) de mi ultimo gran crush. Primero me inundó la desesperación, de ver la manera de componer (que no es tan difícil, pues solamente se quemó el eliminador y no es tan difícil conseguir un eliminador “multiusos-multicontactos”) el aparato para sacar esa información.
Pero luego me di cuenta que, suponiendo logrará extraer el número telefónico, iba a pasar a ser parte de mi cúmulo de colectas. Soy malo para memorizar las cosas, por lo que el número, de aprendérmelo, eventualmente lo olvidaré. Sobre todo si no lo uso. Y no lo uso.
Así que opté por dejar por la paz la idea de “revivir” mi inalámbrico y dejar que esa información pase al mundo de lo olvidado. Aunque digo que la cuestión no es olvidar, si no aceptar. Porque olvidar es como si no hubiera pasado. Aceptar es un proceso mucho más complicado y efectivo. Uno acepta, pero no olvida. Aceptar y olvidar no es lo mismo. Así pues, al dejar que ese número se pierda comienza esta situación de la aceptación.
Aceptar que ya no estará más en tu vida. Hablo de mí y de ella, por si no se habían dado cuenta. A lo largo de mi vida, la cual ya lleva un poco más de la tercera parte (estadísticamente hablando) y se acerca rápidamente a la mitad de la misma, he aprendido que el tiempo y la distancia son buenas para solventar las heridas emocionales.
Antes pensaba que la distancia y el tiempo proporcionaban olvido. Pero uno nunca olvida, uno acepta. El olvido sucede solo si tiene un percance en el cerebro, una enfermedad (como el Alzheimer) o un golpe que afecte físicamente a tu masa encefálica.
Así que el tiempo y la distancia son buenos para aceptar, con resignación, aquello que no quieres aceptar. Al final no te queda de otra. No depende de ti. Es tan complicado aceptar esa realidad. Tu tan cerca, tan viva, tan al alcance, pero en la práctica tan lejana y divergente.
Porque la cercanía no es tanto física como emotiva. La cercanía física es tan débil y la lejanía emotiva tan fuerte. Tú allá y yo aquí, queriendo estar allá. Pero la pura cercanía no basta. Lo que se requiere es un consenso, estar en la misma sintonía. Esa es la falla del sistema. Por eso es que tú estas allá y yo estoy aquí.