domingo, 15 de abril de 2012

Desesperación


El Fergo regresaba a su casa, después de terminar con su trabajo. Fergo viaja mucho por carreteras y prefiere las que no son de cuota “es que me gusta mucho ver los paisajes y además, me ahorro una lana”.
Así que este viaje era uno más. Poco después de dejar la última población, antes de internarse un una carretera que le toma unos 30 km de camino para llegar a la otra población, Fergo iba pensando. Últimamente es lo que hacía, pensar y pensar.

Por eso no notó que la camioneta que estaba estacionada, unos 800 m más adelante, no estaba estacionada. Más bien parecía como si se hubiera salido del camino. Al acercarse más, notó además, la presencia de cuatro hombres que rodeaban la camioneta.

-¿Qué están haciendo? -Se preguntó-

Y entonces ocurrió todo como en cámara lenta. Al menos eso le pareció, porque en realidad fue cuestión de segundos. Fergo comenzó a escuchar una serie de fuertes sonidos, cadenciosos, como si golpearan un tambo de metal.

-No, no como si golpearan, más bien como si tronaran un cohete dentro de él -Corrigió-

-Pam pam pam pam pam pam pam pam…

Ese sonido ya lo había escuchado antes, cuando  hizo el servicio militar.

-Que mala puntería tienes, antigüedad –Le comentó el sargento instructor, luego de realizar los primeros disparos de su vida, con una carabina 7 62, pieza digna de un museo, pues se ocuparon durante la primer guerra mundial-

Fergo recordó que el sonido, si bien no le molestaba, acústicamente hablando, le pareció un sonido sordo y raso. Lo que le impresionó fue la fuerza del disparo.

-Segurito que si le doy a un cristiano, lo mato –Comentó para sí en esa ocasión-

El retumbe era fuerte, corto y seguido. Sus oídos se taparon, como si estuviera bajo el agua. Sumió el pedal del freno y sus llantas rechinaron. No bien se detuvo, cuando entendió que es lo que estaba pasando.

Cuatro sicarios vaciaban sus armas en una camioneta pick up blanca. Dos a cada lado, disparando en diagonal, hacia el motor.

-Claro, si disparan a los lados, se pueden dar unos a otros –Pensó y se sorprendió este pensamiento-

También notó que salía “fuego” de las manos de los sicarios. En realidad los fogonazos salían   de las armas, como si estuvieran explotando unas grandes chinampinas. Pero Fergo supo que no eran chinampinas.

A continuación, la calma total, los hombres bajaron las armas y uno de ellos habló. O eso pensó, porque traían capuchas y no se podían ver los labios. Pero a Fergo le pareció que uno de ellos habló, porque como que movía la cabeza y dos de los matones, que están a los costados, llevaron sus manos hacia la cintura. 

Para esto, los cuatro hombres habían “aventado” sus armas a la espalda, como traen arneses, supuso que era para que maniobraran, es decir, para tener las manos libres.
Y comenzó nuevamente el ruido seco, monótono, pero un poco menos fuerte. Los dos sicarios abrieron las piernas en forma de compás, extendieron sus brazos, uno apuntando hacia la camioneta, el otro en sentido opuesto.

-Parecen una “X” –Y nuevamente se sorprendió por su diálogo interno-

Por alguna razón, Fergo pensó que en los extremos de la mano de cada sicario que apuntaba hacia la camioneta, eran unos cachorros rottweiler, negros, gordos y muy agresivos. Pero en lugar de ladrar, salía el seco “Pam pam pam” y en lugar de escupir saliva, escupían lenguas de fuego.

-Es el remate –Y por fin estuvo conforme con su pensamiento, era coherente con lo que estaba viviendo-

Nuevamente el silencio. Hasta que, como si se tratara de una sola persona, los cuatro sicarios dirigieron su mirada hacia Fergo. Se le secó la boca y comenzó a zumbarle el oído derecho.
Uno de los sicarios, como que le dijo algo a los otros tres, porque comenzó a caminar hacia el automóvil de Fergo, desenfundando su pistola, mientras que los otros tres tomaron posición, apuntando con sus armas largas.

Fergo no sabía qué hacer. No pensaba en algo, no pensaba en moverse, gritar, o algo. Tal vez era simple y sencillamente que estaba cagado de miedo. Sólo atinó a apretar con fuerza el volante. El sicario se colocó a un costado del auto de Fergo, del lado de conductor, y sin dejar de apuntar, toco con el cañón de la pistola, la ventanilla de Fergo, para que la bajara.

-¡Mátame! ¡Anda, dispara! –Le gritó Fergo, en cuanto bajo la ventanilla, con desesperación y un tono imperante-

El sicario enfundó el arma, le hizo unas señas a sus secuaces, los cuales relajaron la posición, se quitó el pasamontañas y se dirigió a Fergo. Fergo pudo ver el rostro adusto, duro, carente de emociones, curtido como el de un campesino. Pero definitivamente no era un campesino. Tal vez lo fue en algún momento de su vida, pero no ahora.

El sicario hizo una mueca, queriendo esbozar una sonrisa y le dijo:

-No amigo, no cumplo caprichitos pendejos

Y se fue. Los sicarios se subieron a un vehículo que se encontraba más adelante y emprendieron la marcha.
Fercho rompió en llanto. Primero un tímido y leve sollozo, que terminó convirtiéndose en un largo y amargo llanto.

-¿Por qué chingados no? –Se repetía una y otra vez-

Después de unos minutos, media hora tal vez, Fergo se calmó. Soltó el volante, se limpio las lágrimas secas, prendió su auto y maniobró para esquivar la camioneta balaceada y así tomar camino nuevamente.

-Que Dios los tenga en su santa gloria –Dijo en voz alta, al pasar a un lado de la pick up, mientras se santiguaba y murmuraba una breve oración-

La carretera continuaba en recta, hasta unos 900 o 1000 m, para pasar a una serie de curvas en depresión. Mientras entraba a la primera de ellas, escucho el agudo ulular de las sirenas de los servicios de emergencia. O tal vez de la policía. Miró por el retrovisor, antes de hundirse en la depresión con curvas, notó el flash rojo y azul, característico de las patrullas, y continúo su camino.

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