Hace muchos, pero muchos, incontables años, tuve un regalo muy apreciado por mí. Era una lámpara tipo lápiz. Más bien gorda, no tan delgada como un lápiz y más bien tipo pluma, porque tenía el asa para llevarla en la camisa. Me lo dio mi papá no recuerdo si porque yo se lo pedí o se le hizo que iba a entretenerme con ella. Vaya que me entretuve con esa lamparita.
Como fue hace mucho tiempo, no estoy seguro que el recuerdo que de ella tengo sea exacto. Pero hasta donde mi memoria tiene acceso, recuerdo que era de metal, aluminio me parece, negra con anillos plateados en los respectivos extremos. Utilizaba pilas tripe A. Era mi “objeto de transición” predilecto (ches psicólogos y sus terminejos), iba conmigo a todos lados, sobre todo a la hora de dormir. No sé si les he contado, pero creo que llevo mucho tiempo extra en este mundo.
No, no soy un vampiro, pero ya van tres, me parece, ocasiones en las cuales mi muerte ha sido bastante tangible. La primera, me parece que se remite a esta lamparita. Era entonces hijo único, viviendo en un departamento, grande, pero sin otros niños, en una ciudad como lo es la Ciudad de México, en una colonia más bien de quinta. Debo decir que yo no pasé penurias.
Pero he de aceptar que hoy en día, no viviría en una colonia como en la que entonces viví. Aunque de ello dependiera mi trabajo. Y comentaba que era hijo único, y como mis padres trabajaban todo el día, me la pasaba mucho tiempo solo. Creo. No me quejo, podía ver la tele todo el día, brincar en las camas, comer cuanto confleik quisiera. Comida y entretenimiento no faltaban en mi hogar de entonces.
Pero he de aceptar que hoy en día, no viviría en una colonia como en la que entonces viví. Aunque de ello dependiera mi trabajo. Y comentaba que era hijo único, y como mis padres trabajaban todo el día, me la pasaba mucho tiempo solo. Creo. No me quejo, podía ver la tele todo el día, brincar en las camas, comer cuanto confleik quisiera. Comida y entretenimiento no faltaban en mi hogar de entonces.
Dado que no tenía mucha vigilancia de adultos, y curioso que es uno, que se me ocurre quitar un foco de su respectivo socket y meter mi lamparita en el hueco resultante. ¿Por qué motivo habría de hacer eso? ¿Falta de emoción en mi vida? ¿En realidad es que soy un suicida inconsciente (desde entonces)? Pues aun hoy día no tengo una razón lógica que justifique mi actuar.
En términos técnicos, hice un corto circuito. Con 120 Volts de corriente alterna y sabe cuántos Amperes. Lo peligroso de la electricidad, no es el voltaje, si no la corriente. Me parece que más de 20 mA (un mA es la milésima parte de un Ampere) aplicados directamente al corazón, es mortal. Y la corriente alterna de las casas es por mucho, superior a esos 20 mA. Aunque también no es que lo fuera a recibir directamente, no, primero se distribuiría en todo mi cuerpecito. Sí, de ese entonces. Y no es tampoco que tuviera mucho cuerpo, era yo más bien flaco, enclenque. Mucho tiempo lo fui.
Ahora soy el flamante poseedor un “puerquesito”.
Y hablo en pasado, porque aunque el corto circuito ocurrió, tan ocurrió que mi lamparita quedó dañada. Una especie de verruga de metal en el sitio de contacto con el socket fue el resultado de ese evento. Pero por alguna razón técnica que desconozco, la descarga eléctrica no paso por mi cuerpo. No, no creo que diosito, que debe estar muy ocupado ahora como entonces, haya mandado a uno de sus ángeles con espada flamígera en mi auxilio.
Más bien conjeturo, y esta es una buena conjetura, que mi lamparita tenía de alguna manera, una estructura “aislante”. Es decir, que el corto pasó por una parte de la estructura y yo la sostenía por la otra parte, de tal suerte que era como si yo la sostuviera de manera “remota”. Es un poco difícil de explicar, pero es como los cables, el de su computadora, por ejemplo, aunque la conectan a la toma de corriente, no se electrocutan porque la parte donde la toman esta “aislada” de la parte de metal. Algo así debió tener mi lamparita.
Mi primera reacción fue de miedo, miedo a mi señor padre, ya me imaginaba la cagadota que me iba a poner (y el respectivo castigo corporal en mis entonces tiernas nalguitas). La verdad no recuerdo si le dije, se dio cuenta, o se dio cuenta pero se hizo wey. Tampoco recuerdo haber sido castigado. O la madriza estuvo muy buena que aun hoy día sigue en lo más profundo y oscuro de mi inconsciente o no existió tal. Yo me inclino por lo segundo. Y es que eso es lo malo de tener un yo fuerte, difícilmente puedes caer en una psicosis o en una disociación de la personalidad. Eso sí, soy muy neurótico, y eso refuerza mi creencia en un yo propio muy fuerte.
¿Por qué me acorde de ese evento tan particular en mi vida? Por la violencia que vivimos en la actualidad. Y es que, como les narro más arriba, mi lamparita quedó “marcada” (vaya que sí) era una marca muy particular e irrepetible. En ese aspecto, mi lamparita era única. Así que deje de meterme con la electricidad y, no lo había comentado, pero mi lamparita seguía siendo funcional. Sólo cambio su “estética”, pero funcionaba como siempre funcionó.
Digo que la violencia que vivimos hoy en día me hizo recordar a mi lamparita porque hubo una ocasión, después del evento del corto, que olvide mi preciado objeto en el carro de mi papá. Ese día o unos días después, mi papá sufrió un secuestro exprés. No recuerdo muchos detalles, ahora que tenga la oportunidad le voy a preguntar que me cuente como estuvo esa vez. Hasta donde sé, lo anduvieron paseando en su coche, lo golpearon y le quitaron todo objeto de valor que le encontraron. Incluyendo mi lamparita.
Ya voy a la conclusión. Si supieran que no escribo pensando en hacer muchos párrafos, que se les puede resulta harto aburrido. A veces, como ésta, nada más salen. Resulta que unas semanas después, que en aquel entonces tomaba clases de natación y me desplazaba en los extintos ruta 100 (para que se den una idea de mi ruquez), me topé en el camión, con los asaltantes de mi papá. Ese día me llevaba mi tío a la clase. En el camión, que como ahora, iba hasta la madre, pero como nos tocaba tomarlo de base, pues íbamos sentados. En algún punto del trayecto, se subieron tres sujetos. No recuerdo francamente como eran, si parecían maleantes o no. Lo que sí recuerdo que uno de ellos traía mi lamparita en la bolsa de su camisa. ¿Cómo estoy seguro que esa era mi lamparita? Ya se imaginarán porque. Ahí estaba la inconfundible verruga producto de mi curiosidad.
Por supuesto que le dije a mi tío, que esa era mi lamparita, que se la fuéramos a hacer de pedo a esos cabrones. Estoy traduciendo a términos actuales en lenguaje adulto. No me acuerdo que le dije, pero seguramente así habría sonado. Para colmo y angustia de mi tío, había un par de policías trepados en el camión. La inocencia, caray. Aquí el mapa mental: Yo, inocente y puro niño, seguro de que esa era mi lamparita, acompañado de una figura de autoridad y protección (que iba yo a saber que uno no se anda haciendo de pedo a los delincuentes, por mucho que la razón y la justicia estén de nuestro lado) y con la policía a escasos metros. En mi mente, era ir con los policías, decirles que esa era mi lamparita y que lo podía demostrar, que habían asaltado a mí papá, para que en el acto metieran a la cárcel a esos tipejos. Y de paso, recuperar mi lamparita.
La verdad no sé cómo pudo mi tío contenerme, yo estaba convencidísimo de mi plan. ¡Estaba fácil! Por supuesto que no hablamos con los policías, claro que ni de chiste nos dirigimos con los pelafustanes esos, y claro, nunca más volví a ver mi lamparita.
¿Qué probabilidades habría de que me encontrará con mi lamparita en una ciudad tan grande como lo es la ciudad de México?
¿Qué probabilidades habría de que me encontrará con mi lamparita en una ciudad tan grande como lo es la ciudad de México?
Supongo que mi tío o yo comentamos lo ocurrido, porque poco tiempo después recibí otra lamparita. Ya no me gustó. En primera porque ésta era de plasticote (ese nada más me gusta cuando moldea cierta parte de la anatomía femenina), era transparente, y nada más utilizaba una pila. Además, ni alumbraba y tenía ese pedazo de metal para usarlo como llavero. Por eso creo que mi papá si supo de mi encuentro con la electricidad, ya no me regaló una lamparita de metal. Afortunadamente ese objeto de transición cumplió su cometido, y aquí estoy, neuras, pero funcional.