domingo, 9 de octubre de 2011

El niño de la foto

Hay un pequeño niño que me causa mucha, incontenible, envidia. A pesar de tener mucho de conocerlo, no recuerdo exactamente cuando le fue tomada esa foto. Esa mirad franca, sin malicia (eso creo, eso espero) y su sonrisa, no de comercial de dentífrico, sino una sonrisa, sencilla, también franca. Y ese corte, cabello lacio, peinado “despeinado”, si me captan.
Por más me devano los sesos, no logro entender porque está feliz. ¿Cuántos años tiene en esa foto? ¿6, 7, 8 años? No lo recuerdo. Tengo enmarcada esa foto en mi cuarto, en ese pedazo de espacio terrenal que puedo considerar como mío, aunque todo mundo sabe que uno nada tiene, todo es temporal. Algún día, tarde o temprano, ya no podré reclamar eso que considero como mío. Está bien, lo acepto, es mío, aunque en realidad no lo sea. Espero me entiendan.
Cada vez que estoy en mi cuarto, que no es de siempre, porque mi cuarto, no es donde vivo, o para ser más precisos, donde paso la mayor parte de mi vida. Es más bien el sitio donde voy a lamer mis heridas, a donde me oculto mientras planeo que lo que sigue, es el sitio al que acudo cuando no tengo donde más ir. Ahí, en ese espacio, no muy grande, donde guardo mis más preciados tesoros, muchos de los cuales no tienen más valor que para mí. Eso está bien, porque nadie los desea tanto como yo, luego entonces, están muy a salvo. Excepto que ocurra algo así como un incendio o un terremoto acabe con mi cuarto. Pero vaya, las probabilidades de que eso suceda, bueno, es más probable que muera a que ocurra un escenario como el planteado.
Al mirar el semblante de ese niño me pregunto si todos los niños, en algún momento de su vida, lucen tan felices como el niño de la foto. Lo pienso y determino que no es así. Porque de otra manera el mundo sería más feliz, en términos generales. Espero me sigan. Porque si todos los niños en algún momento de su vida fueron felices, esa felicidad les debería alcanzar para hacer de este mundo un mundo menos infeliz.
Ese niño y su mirada feliz y sin preocupaciones me desconcierta. Nadie más en el mundo debería saber que pasaba por la cabeza de ese niño en ese instante de su vida. Nadie más porque esa imagen pertenece a mi cada vez más lejano pasado. Ese niño fui yo hace mucho tiempo. Si esa foto no existiera dudaría mucho de que alguna vez fui feliz. ¿Saben? Tengo un problema con el pasado y las añoranzas, porque siempre que me involucro con la retrospectiva me siento mejor. El pasado, para mí, ha sido mejor. Los tiempos pasados son mejores que el presente. Soy un hombre que vive en el anhelo. El anhelo, en la concepción psicológica, es el deseo de volver a vivir una etapa, donde se obtuvo gran placer, que lo recuerdas o tienes indicios de lo bien que te sentiste, pero que es imposible que lo vuelvas a tener (y tienes la certeza de eso).
Un poco difícil imaginar sin un ejemplo, y por ejemplo, yo tengo un anhelo de volver a ser feliz como ese niño. Pero es imposible que vuelva a sentir esa felicidad. Tan imposible que ya no la recuerdo. Solo tengo esa foto, donde sin duda alguna fui feliz. ¿Y por qué es imposible que vuelva a sentir esa felicidad? Por una razón de realidad temporal: ahora soy un hombre. Nunca más en toda mi existencia volveré a ser un niño. Luego entonces jamás en mi existencia volveré a sentir la felicidad de ese niño. Eso es, en ejemplo, el anhelo. Desear algo que alguna vez tuviste, pero que tienes la certeza que jamás volverás a tener.
Así pues, cada que veo a ese niño, que alguna vez fui yo, me pregunto ¿De qué era feliz? No me siento especialmente atraído por las fotos. De hecho, tengo muy pocas fotos mías. Desde luego, la necesarias en esta sociedad: Las fotos del la cartilla militar, de los diplomas y demás documentos escolares, las fotos de las credenciales del trabajo, la foto del ife. Y no mucho más. Fotos mías, casi las esenciales.  Por ahí me encontré, buscando en el face o el hi5 de una excompañera de la universidad, una foto grupal. Ni hablar, no soy tan antisocial como me leo. Curiosamente en esa foto estaba contento. Y como no, ese día estaba al lado a una mujer, bueno, en aquella época, una joven mujer, que quise mucho. Ni siquiera la guarde en mi computadora. ¿Para qué? ¿Para qué años después le pregunte al joven de esa época de que estaba contento? Con la sinrazón del niño tengo para tener insomnio.
Si comparan la foto de mí, de cuando era niño, y me vieran ahora, en mi etapa de hombre, no me reconocerían. Se los juró, porque ni yo me reconozco. La mirada del niño es franca, sin odio, hasta un poco dulce, me parece. Yo miro con desconfianza, analizando a mi interlocutor, buscando, intentando encontrar que es lo que realmente trama, buscando una posible fuente de agresión. Y casi siempre estoy errado. Paranoide, diría un psicólogo.
Tal vez el de la foto no soy yo, sino un hermano mío. Le pregunte a mí mamá si estaba segura que el de esa foto soy yo, después de todo, está enmarcada, ocupando la parte frontal a mí escrito, donde escribo casi siempre y aunque quiero mucho a mis hermanos, no tendría la foto de ellos en ese lugar. Eso se me haría muy raro. Además, para serles franco, yo no enmarqué ni puse la foto ahí donde está. Eso lo hizo mi papá. Raro, porque no es su estilo.
Mi mamá me respondió con otra pregunta “¿Te sientes bien? ¡Pues claro que eres tú! ¿Quién más podría ser?” Hummm, pues sí ¿Verdad?, ¿Quién más podría ser? Así pues, a menos que mi propia madre confabule en mi contra, no hay vuelta de hoja, ese niño solía ser yo hace, me parecen, eones de años.
Así que últimamente le he preguntado a ese niño la razón de su felicidad, que me comparta un poquito. Y como todo niño caprichudo, se niega a contarme su secreto.
¡Lo más increíble es que ese niño soy yo!