jueves, 9 de febrero de 2012

Necrología

La semana pasada estuvo llena de muerte a mí alrededor. Está bien, exagero, pareciera que estoy hablando de una guerra o algo así. Pero si hubo varios muertos, gente que de alguna manera conocí, nunca mejor aplicado que ahora la conjugación temporal del verbo conocer.
 
Se murió un señor, que fue “adoptado” por un tío. El señor, al parecer no tenía familia, y pues a cambio de un lugar donde dormir y alimento, se dedicaba al trabajo doméstico: jardinero, cuidador, etc. Este señor, algo viejo, me parece que unos 70 o 75 años, era hipertenso, diabético y ya estaba en diálisis. Es decir, ya no le funcionaban los riñones. Y eso es bastante malo.
 
Pero no se murió de su enfermedad. Debido a la atención que requería, aquellos que han cuidado de un familiar con enfermedad crónica saben a lo que me refiero, y a que en realidad no era pariente de la familia, decidieron dejarlo en un asilo. De inicio este comportamiento puede ser contemplado con una actitud reprobatoria, pero aquellos que han cuidado de un familiar enfermo, que no tiene posibilidades de sanar, saben lo pesado y desgastante que puede llegar a ser.
 
Así que en eso estaban, en mandarlo al asilo, y ya hasta estaba en entrevista con la encargada del lugar a donde lo iban a dejar, y que se muere. Me lo contaron, yo no estuve presente, pero que según estaba en la entrevista, en la casa de mi tío, cuando le dio un paro cardiaco fulminante. Se levanto y se desvaneció en la silla. Nunca más se volverá a levantar.
 
Unos días antes, o puede que el mismo, se murió otro señor. A ese nada más lo conocía de vista. Bueno todos en el pueblo lo debieron de conocer. Era lo que en el argot local se conoce como “iguana”, que es una persona alcohólica crónica. Se les llama iguana porque se la pasan acostados en una barda o una piedra para que les caliente el sol, en lo que están crudos.
 
Que no es mucho tiempo, porque pasan más tiempo ebrios, que crudos. De verdad. Le comento a mi papá que me parece increíble que estas personas vivan tanto tiempo. Él me dice que mientras se alimenten y no les de cirrosis, pueden ser tan longevos como si no bebieran.
 
Este señor era conocido como el “viejito sanchéz” y tenía la característica que hablaba solo. Mi opinión es que hablaba solo desde antes de ser borracho. Que yo recuerde, siempre lo vi ebrio y hablando solo. Son el tipo de personas que parecen ser de una serie de televisión, perenes, sin cambio en el tiempo, misma ropa, mismo peinado, misma actitud. Yo creo que era un poco esquizofrénico y que la bebida le ayudaba a irla pasando.
 
No sé exactamente porque creo que era esquizofrénico, tal vez por eso de hablar solo. A lo mejor hablaba solo debido el alcoholismo. Y dos días después murió una señora, ya grande. De esta señora tengo únicamente gratos recuerdos. Era la mamá de mi padrino de bautizo.
 
Sí, antes de asumirme ateo, fui católico. Su muerte me recordó que de niño, mi patio de juego era inmenso, lo conformaban cinco o seis patios. Corrales mas bien. Es un pueblo del que hablo. Y antes no había bardas que separarán los terrenos. La casa, o mejor dicho, la cocina de esta señora quedaban en el último corral donde solía jugar.
 
No recuerdo exactamente porque, pero iba a desayunar a esa cocina. Tlecuil es el nombre más adecuado. Un tlecuil es como se llama donde la gente de mi pueblo, la gente ahora vieja, cocinaban. Un tlecuil es un lugar acondicionado, a veces con tabiques o piedras o cemento, donde se cocina con leña, se muele en molcajete y se hacen tortillas a mano, en comales de fierro o barro. Y se pone el café de olla.
 
El tlecuil de esta señora, daba a una puerta, que siempre estaba abierta, por donde yo entraba y hasta donde recuerdo, siempre me daba algo, un café, una tortilla con sal y limón (yo era adicto a comer tortillas con sal y limón, podría alimentarme únicamente con eso) y casi siempre chalupas.
 
Las chalupas, mejor conocidas como sopes, es una tortilla un poco más gruesa, que se “pellizca” (en algunas partes les llamas así, “pellizcadas”), que puede ser en forma de círculo u elipsoides, que se untan con grasa de cerdo (manteca) y actualmente con aceite poli-insaturado, se les coloca salsa (verde, roja), queso, crema, cebolla picada (mmm, ya me dio hambre) y que en Tres Marías generalmente también le ponen carne o tinga.
 
Pero las originales solo llevan eso, queso, crema y cebolla picada. Ahí conocí a su hijo, uno de ellos, que es como diez o quince años mayor que yo y que de alguna manera hicimos amistad, tanta que después le pedí que fuera mi padrino de bautizo. Debo aclarar que lo hice más porque me caía muy bien (me sigue cayendo) que porque pensara en el catolicismo. Hasta me regaló una biblia.
 
Esa biblia debió de ser un sacrificio, no muy grande, pero si un sacrificio, porque en aquella época eran un mucho más pobres que ahora. Pero este hecho no me llego hasta muchos años después, ya siendo un adolescente.
 
Y esa señora, es la que también ya murió. Cuando gente que conoces comienza a morir, morir de vejez, te das cuenta que has vivido, o al menos eso pareciera, una considerable cantidad de tiempo. Para darles una idea, de niño, las laptos no existían, apenas estaban saliendo las computadoras de escritorio, el cd, las usb, vaya ni los walkman (¿saben de que hablo?) habían llegado al conocimiento de mi gente.
 
Ahora escribo en un blog, lo hago desde el rincón más seguro que tengo en este planeta, que es la esquina del cuarto donde esta mi escritorio, desde el mismo pueblo donde nací, donde gente con la que alguna vez interactué, está muriendo de vieja.
Ya soy viejo, y no he hecho nada con mi vida. Aunque nunca he tenido algo así como un plan de vida, así que solo digo que ya soy viejo. Y me siento aún más viejo de lo que en realidad soy. Que se le hace.

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