Hace ya muchos, muchos años,
tendría unos 12 o 13 años, en la feria del pueblo, andaba viendo los puestos de
tiro al blanco, tiro de dardos, los puestos de juegos, cuando vi una carpa
diferente. Era como del circo, al menos así la recuerdo, pero chiquita. De ese
tipo que tiene una protuberancia en el centro y de ahí cae el resto de la
lona/plástico que lo conforma.
“Se lee el futuro” decía el
cartelón de la entrada. Ya había escuchado o visto en tv o películas sobre las
gitanas, pero nunca había visto a una. O al menos a una según el prototipo. Así
que entré con curiosidad. No había gente. No estaba la persona encargada. Había
penumbra. No tenía miedo, solo curiosidad.
Tan pronto estuve frente a una
pequeña mesita de centro, salió la gitana, tras unas cortinas. Era joven, al
menos así la recuerdo. Pero yo era aún más joven. Un estereotipo. Cabello
negro, hirsuto, ojos grandes y oscuros, piel morena clara. No recuerdo si era
guapa o no. Creo que sí era guapa. No lo recuerdo porque me sorprendió.
Me dijo “vamos, siéntate”. No
había sillas, estábamos sobre una alfombra. A mi corta edad, todavía no había
tenido novia y tampoco entendía muy bien porque se besaban los novios. Estaba
en secundaria y varios compañeros ya tenían novia. Ya fajaban[1].
Yo todavía no tenía esa
necesidad. No la conocía. Aunque ya me empezaba a gustar el cuerpo femenino.
Las caras bonitas, las caderas, nalgas y senos. El olor a mujer. Lo suave y
cálido de su piel.
Aunque me gustaban, no sabía lo
que era besar, un faje. Creo que hasta sentía un poco de asco por besar. A fin
de cuentas, era meter en tu boca la saliva de otra persona. Novato.
Obedecí y me senté. “A ver, dame
tu mano”. No recuerdo si era la mano izquierda o derecha, porque me dijo “no,
la otra por favor”. Fue la primera vez que tuve consciencia del toque de una mujer.
En ese entonces, y todavía, no era muy cuidadoso con mi aspecto.
En particular, la pulcritud.
Llevaba las manos sucias. En cuanto sentí ese contacto, pasaron varias cosas. Su
contacto fue como un choque eléctrico; la piel era suave y cálida; su presencia
era enigmática. Inmediatamente después, sentí pena. Tuve plena consciencia de
la suciedad de mis manos, por lo que en un acto reflejo, cerré la palma a
manera de puño.
La chica (la verdad no recuerdo
que edad pudiera tener, así que yo la recuerdo como una chica de entre 20 y 40
años, bien conservada), conocedora de su oficio, supongo, me dirigió una mirada
profunda y sonriendo me dijo “está bien, no te preocupes, abre tu mano”.
Me parece que entendió al momento
mi situación. Tal vez estaba yo muy nervioso, quizá hasta temblando. Eso no lo
recuerdo, pero algo en mí, le dijo a ella exactamente lo que estaba pasando.
Sentía pena por mostrar mis manos sucias y que una mujer bonita me la tomara; casi
como acariciándola, porque la lectura de la mano conlleva a un “examen” de las
líneas de la mano.
Recuerdo que me dijo “veo que vas
a vivir muchos años, más de 90 y, a ver cierra tu mano. Ah, sí. Tendrás 4 hijos”.
Con esto, gentilmente, tomó mi mano, y la empujó hacia mí. Supe que la “consulta”
había terminado. Ella se quedó sentada. No recuerdo si en ese momento le pagué
o el pago fue al inicio, pero me salí de la carpa, entre excitado por el
encuentro y las “revelaciones”, meditabundo sobre vivir más de 90 años y tener
4 hijos.
No sentí especial felicidad por
saberme viejo o con 4 hijos. De hecho no tenía más referencias que mi propia
familia. 4 hijos están bien, pensé en ese entonces. Hoy todavía me falta mucho
para llegar a los 90 años, aunque ahora creo que no los alcanzaré, y no tengo
problema con eso.
Tampoco tengo 4 hijos. Ni
siquiera pareja estable. Ni un hijo. Y francamente no creo llegar a tener
siquiera uno. Y eso tampoco me causa mayor sufrimiento. A final de cuentas, el
destino no se encuentra en la palma de la mano.
[1]
Tocamientos entre parejas; a veces, preámbulo de las relaciones sexuales.
Besos, caricias candentes
2 comentarios:
Esa es la narrativa.
Espero que te haya gustado.
Saludos!
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