Hacía un tiempo que no lo veía. Sí, fue intenso el último
encuentro.
Se había prometido que no se iba
a involucrar. Por supuesto, todo debía quedar en el ámbito profesional. Ella
era una profesional. Además, él no le había gustado de inicio. No era un hombre
guapo.
Pero el trato, era muy bueno en
el trato. La hacía sentir segura, deseada, hasta amada. Nunca hubo problema con
la cuestión económica. Tenía un negocio que le daba lo suficiente y más. Le
perecía curioso que no estuviera casado.
La primera vez que se conocieron,
pensó que era casado y que su esposa no era para nada guapa; al contrario de
ella, que era muy hermosa, un cuerpo delgado, definido por horas de gimnasio y una
dieta personalizada. Después de todo, su cuerpo le daba el recurso necesario
para vivir y mucho más.
Así que nunca cruzó por su cabeza
el enredarse sentimentalmente. Mucho menos con el trabajo que ella realiza.
Estaba acostumbrada a las peticiones de tener una relación más íntima. Le
causaba gracia. Relaciones íntimas es lo que vendía. Más íntimas. Más
personales ¿Cuál era la diferencia?
Ahora entendía la diferencia.
Después del primer encuentro, el
cual fue como todos los subsecuentes, intenso. Parece que te tenían amarrado,
le dijo esa vez. Él le sonrió y le dijo “realmente me encantas”. Eso es lo que
le más le gustaba a ella, esa manera tan inocente y sincera de halagarla.
De verdad que le gustaba y se
notaba en los encuentros sexuales que mantenían. Como toda pareja que se
enamora, el amor llegó con la frecuencia del trato. Hubo una cena, luego otra,
luego ir al teatro, al cine, un fin de semana.
Por su puesto, todo pagado. Era
un intercambio de necesidades. Un acto de compra-venta. Hasta ese día.
Habían pasado dos meses desde su último
encuentro. La frecuencia de sus salidas era de una vez cada semana, dos a lo
mucho. Sus amigas hasta le hacían bromas de que ya lo aceptara como novio.
Novio. Sonreía para sí de pensar en ser su novia.
Por supuesto que él sabía a lo
que se dedicaba. Y nunca le propuso que fuera solo de él. Internamente, el
orgullo de ella se sentía dolido por ese hecho. No es que ella quisiera ser su
novia ¿o sí?
No lo pensó. Todo fue acción. Ese
día, un poco triste por no haberlo visto en un mucho tiempo, decidió ir a
comprar ropa, cambiar de peinado, ir por lencería (a él le encantaba que usara
lencería) para sorprenderlo.
“Tengo mucho trabajo, chiquita,
pero en cuanto me desocupe, nos vamos de fin de semana, a donde quieras.
Incluso al extranjero, si te apetece…” Algo así le decía cada vez que le
llamaba para preguntar porque ya no la veía.
Siempre le contesto el teléfono a
la primera o segunda timbrada. Siempre mostrando un poco de pena y excitación
en su voz. Claro que no la había olvidado, por supuesto que quería seguir
viéndola. Eso la tranquilizó.
Casi siempre iba de compras con
una o dos amigas. Pero esta vez no. Estaba nostálgica. No quería compañía de
nadie. Bueno, solo quería la compañía de él. Y los vio. En la terraza del
restaurante.
Estaban de lado hacia ella, por lo que no la vieron y ella los
podía ver muy bien.
El análisis fue breve, conciso y
exacto. No, no era competencia. Al menos no del negocio en el que ella estaba.
Ciertamente se miraban enamorados, más ella que él. El trato, pensó, ese pinche
buen trato de este cabrón…
Y todo fue acción. Por supuesto
que se la iba a hacer de pedo[1].
[1] En
México, hacerla de pedo es una expresión que se utiliza para indicar que uno va
a realizar un reclamo, porque no está conforme con algo y puede ser el inicio
de una discusión entre los involucrados
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