domingo, 3 de noviembre de 2013

La carta

Estaba viendo “Los ojos de Julia” (está más o menos; particularmente no me gusta el acento español de España, se me hace que hablan con hueva) y me acordé que yo hace mucho tiempo escribí una carta.
Estaba en los linderos de mi pubertad/adolescencia, entrando, dejando de ser niño. Tendría unos 13 o 14 años, no recuerdo bien. Estaba en la secundaria, segundo año. Ahora que pienso en esa carta, no sé porque se me ocurrió escribirla. Mis intercambios epistolares han sido prácticamente nulos.
Salvo un intento de un primo mío que vive en Guadalajara, que me escribió y yo hice la promesa de escribirle, no he tenido más acercamientos al intercambio de cartas. Y hablo de cartas de papel, no de correo electrónico. Hice la promesa, pero nunca le respondí. Tenía como 9 años. No me justifico, pero la verdad es que no me interesaba. Ni siquiera recuerdo de qué trataba esa carta.
Regresando a la otra carta, la que sí escribí, ésta fue para mi padre. Mi papá es alcohólico. Funcional, pero alcohólico. Tiene altibajos; periodos en los que no bebe y periodos donde no puede dejar de beber. Ni por el trabajo.
Entonces, a mis tiernos 13/14 años, me dolía, me sigue doliendo, verlo alcoholizado, borracho. Desde esa época pensaba (eh, ya pensaba) que mi papá se transformaba en otra persona. No, no me golpeaba. La violencia que ejercía, que ejerce, con nosotros, su familia, es del tipo psicológico. No recuerdo ni una sola vez que me haya pegado. Más que en el sentimiento.
Escuchar cómo se expresa de su esposa, mi madre, cuando está en estado etílico no es nada agradable. Sobre todo cuando él ha sido (es) un gran padre. En esa ocasión, que le escribí una carta, no puedo recordar porque se me ocurrió tal cosa. Tal vez porque no podía, como ahora, hablarle de frente y decirle lo que pienso. No porque tuviera miedo de recibir agresión física. No.
Tal vez porque en esa época era mi padre, un no humano, una no persona. Hoy mi padre sigue siéndolo, pero también sé que es un hombre, con virtudes y defectos. Como yo. Como ustedes. Tiene cosas buenas y cosas malas, tiene afectos y pasiones, gustos y prejuicios. Como yo. En el balance general, ha sido un gran padre.
Así que tal vez por eso escribí aquello que me hacía sentir. No con la claridad con la que ahora puedo decir las cosas. De verdad que no sabía cómo decirle que él no era él cuando tomaba. ¿Por qué tomas? ¿Para qué? ¿Eres infeliz? ¿Te hacemos infeliz? Las últimas dos cuestiones ni siquiera hubiera podido plantearlas, aunque era lo que sentía. Simplemente no tenía ni la experiencia, ni las vivencias para expresar esos sentimientos.
La carta que le escribí, bien, pues francamente no recuerdo que decía. Lo que recuerdo es que le planteaba el escenario en el cual necesitara una pistola para matarse. Oh sí, soy nada políticamente correcto. Desde entonces. Unos días después de dejarle la carta en su escritorio, eso sí, formalmente en su sobre y lo mejor doblada que me pareció, con fecha y destinatario y todo eso que te enseñan en la clase de Español, mi padre habló conmigo.
No tuve miedo. Ni él propició que tuviera miedo. Sentí vergüenza. ¿Raro, no? Vergüenza de que mi padre me mirara como se miran dos hombres cuando hablan de cosas que les son trascendentales. No recuerdo que me dijo exactamente, era algo sobre que no se quería morir, y que le preocupaba que yo pensara eso.
Quisiera poder escribir que desde entonces ya no toma, pero eso solo pasa en las películas y los cuentos de hadas. En la vida real, la que es una hijita de la chingada, eso no pasa. Sigue teniendo sus altibajos. La diferencia es que ya no tengo la necesidad de escribirle cartas. Ahora lo puedo ver de frente, como dos hombres, y hablar sobre su problema.
Por supuesto que no me ha dicho mucho sobre las razones de beber. Digo, sigo siendo su hijo. Ahora evita hablar conmigo cuando está en su periodo de alcohol, y me promete que ya no va a tomar. Me gustaría saber las razones por las que toma. Yo creo que es porque su cuerpo se lo pide. Yo creo que es un adicto. Pero lo más seguro es que mi papá tiene muchos asuntos inconclusos. Asuntos de hombre, que involucran mujeres y desengaños con la vida.
Me he hecho a la idea que mi padre va a morir en un accidente carretero. En años más recientes, en uno de sus periodos de embriaguez, le dije (sí, ya no le escribí una carta) que me iba a dar muchas tristeza tener que irlo a reconocer a la SEMEFO (institución que se dedica al estudio de cadáveres que ingresan en calidad de desconocidos). Claro que no le gustó nadita. Pero a mi menos me va a gustar tener que verlo tendido en una fría plancha de acero.

2 comentarios:

Alberto Carranza dijo...

Saludos humano,

He leído tu publicación y no puedo mas que sentir una empatía hacia vuestra persona. Por mi parte también tengo un padre que podría considerarse alcohólico, el no quiere aceptarlo pero toda la familia sabemos que lo es. A fin de cuentas el parece no poder tomar solo 2 o tres sino que le sigue y le sigue... la idea de que "el cuerpo se lo pide" me parece coherente y la menos hiriente para sus nosotros. Soy de la idea de que tomar no es malo por si mismo, lo que es malo llega cuando no puedes dejarlo hasta que sientes las ansias de embrutecerte.

Sigue escribiendo vuestras deliberaciones que en esta persona tienes un asiduo lector.

Saludos.

lavega dijo...

Hola compañero, muchas gracias por comentar. Un alcohólico nunca reconoce que lo es, por muchas razones. Y cuando lo reconocen, es para justificar que sigan bebiendo, total, son alcohólicos. Es un feo vicio.

Pues por acá estoy, retomando esto del blogeo, más como una terapia que otra cosa. Pero gracias por estar aquí.

Saludos!!