sábado, 17 de noviembre de 2012

Fiesta, fiesta, que siga la fiesta

Resumen: pensamientos difusos, algo de insomnio y una fiesta escandalosa de los vecinos.

Últimamente como que no he podido dormir bien. Bueno, no es que me preocupe algo en particular. Me preocupa lo mismo de siempre. El tiempo pasa y yo sigo sin tener certeza en el futuro.
¡Ah, el futuro! ¿No es mejor vivir el presente? Pues sí, pero el futuro, sobre todo cuando serás viejo y decrépito (y sin hijos, además) pesa. Son unos quince años, la fiesta de los vecinos. Los cuales además de vecinos, son mis parientes. Sí, ellos y yo tenemos en común los genes. Pero nada más. Además no creo que tantos genes, porque ciertamente no son santos de mi devoción.
 
Ni yo de ellos. No los culpo. Bueno, sí. Son malas personas. Engreídas, envidiosas y con poco sentido de la familiaridad. Y no es que yo sea un santo. No. Pero procuro vivir sin molestar a los demás. Sería largo, tedioso y caería en una diatriba sin fin, que tardaría mucho en explicar.
Solo diré que son problemas que se resolverían si existiera buena voluntad, respeto y un deseo certero de convivir en paz. Así que, congruente que soy, creo, no me presenté a la fiesta. Digo, tampoco es que me invitaran. Y por otra parte, tampoco soy de fiestas. Así que, fuera de que no me puedo dormir, porque tengo serenata hasta quien sabe qué hora, no tengo mayor problema.
 
Es más, a la flamante (espero, porque hace años que no la he visto) quinceañera la reconocería solo porque es una copia al calca de la madre. Y como la madre tiene rasgos muy característicos, difícilmente no la reconocería. Pero no son ellos a los que considero malas personas.
Resulta que la fiesta la hicieron en la propiedad de los que sí considero malas personas. Y aunque todos los hermanos de mi madre, esto es, mis tíos, sus hijos y los hijos de sus hijos (sí, tan viejo estoy, no mucho, los nietos son todavía unos pequeñuelos de 2 años) andan pululando en esa fiesta.
 
Me preguntaron porque no fui. Por congruencia, les dije. Y por convicción a mis creencias. Ya me conocen, saben que si le siguen, les hablare de filosofía del comportamiento y aunque no creo en eso de que el amigo de mi enemigo es mi enemigo, tampoco los alabo. Así que mejor le cortan. “Ah, bueno pues nosotros si vamos” “Ándele tía, mis saludos a la festejada” “Sí, le decimos” “Pero de veras…” “…” Ja ja ja al final se dieron cuenta de mi sarcasmo.
 
Tenía la intención (de buenos deseos está plagado el camino de la … mmm ¿Alguien se sabe este dicho?) de escribir más seguido. Pero es que me ha costado trabajo escribir. No es que no tenga que escribir. Lo que pasa es que pienso que tengo una buena idea y luego cuando la comienzo a escribir, como que ya no me gusta.
 
Pero ahora ya me dije que eso vale madres, que total, así como van a contarme sus problemas las personas que ahora acuden a mis terapias (ya soy psicólogo, ¿Sí les conté, no? Bueno casi, nada más me falta sacar la cédula profesional, pero ya voy para 9 meses de servicio en un hospital de tercer nivel, donde lo que sobran son pacientes), así yo voy a escribir. Total, pocos me conocen y de esos pocos que me conocen, creo que no les intereso lo suficiente para que me contenga de escribir cualquier cosa.
 
Ahora que hilo la idea, de los 9 meses (¿Ven porque es bien bonita la psicología? Vayan, no sean codos, gasten en su salud mental) está por convertirse en un acto simbólico para mí. Es el nacimiento de un profesionista que dejó de lado una profesión, otra, muy chingona por cierto, pero no era lo mío.
 
Allá en el hospital, con cierta frecuencia, tomo cafecito por las mañanas, con un grupo de médicos (¿Con quién más, verdad? Por cierto, ser médico es una profesión que por necesidad los vuelve narcisistas, a veces, me cagan y miren que tengo contacto muy cercano con más de un médico), y uno de ellos, muy mamón (y que sus compañeros médicos lo consideren así, es que de verdad es mamón) y sarcástico e inteligente (para acabarla de chingar) me pregunta que si me interesan las leyes, le dije que no, y me contesta, que bueno, porque si no te aventarías otra carrera.
 
La verdad es que casi no digo que tengo otra carrera con especialidad. Me da pena. Siento que piensan que no sé qué es lo que quiero de la vida. Y en parte es verdad. Pero tampoco es para andar por ahí, contándole a todo el mundo. A veces, pienso en regresar, en revivir el pasado. Se gana bien. Bastante. Está sobrevalorado el pago de los programadores. Pocos realmente valen lo que se les paga.
 
Muchos ni siquiera tiene el título, y ahí están, ganando lo mismo que gana un maestro en ciencias de la computación (puro quemón, ¡Identificación proyectiva!). Lo mismo pasa con las relaciones. Sobrevaloradas. Algunas. Otras no valen la pena.
¡Esa canción si me gusta! Llorarás de Oscar de León. Mala interpretación, pero la rolita esta tan buena que aún así me gusta.
 
Mi periodo de gestación se acaba en diciembre. No me quiero ir del hospital. Tal vez no lo sepan, pero para ser un buen analista, el analista, requiere, además de la obvia formación teórica, tener cubierta sus necesidades amorosas, sexosas, narcisistas, de cariño y económicas. De otra manera, no actuaría con ética profesional. Yo tengo casi todas. Me falta amor y dinero.
 
Y de esas dos, es más fácil enfocarme al dinero. De lo otro, pues hace mucho que no la considero en mi gasto pulsional. Nunca he sido, me parece, narcisista. Cariño, no me sobra, está bien. Así que no creo enamorarme de una paciente, a lo más, despertaría mi libido sexual, pero no amorosa. Y ese pensamiento mata mi libido sexual.
 
Así que ya le avise a mi maestro, al jefe del servicio, que ya, hasta diciembre. Yo creo que no quiere que me vaya. Nos llevamos bien, y no es por presunción, pero creo que estoy a la altura cognitiva necesaria. Estoy entrado en años, pero no viejo, tengo harto conocimiento, aunque no exclusivamente de psicología, pero me sirve, me ha servido, para desempeñarme como psicólogo.
 
Y eso se da cuenta mi sensei. O eso creo. Se va a quedar solito. No es que no lleguen más servicios, pero en el periodo que me ha tocado estar, llegan puras mujeres. Por mí está bien. Pero al jefe, ya más cerca de la vejez que de la juventud, sus necesidades son más, mmm, filosóficas. Yo le sirvo de sparring. Y no es lo mismo hablar con mujeres. Por más que se encabronen las feministas. De repente se le salen, con prístina jocosidad, una que varias groserías. Se expresa, vaya.
 
Bueno, me despido, querido diario o ¿mensuario, debería decir?

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