miércoles, 29 de junio de 2011

Recuerdos emotivos

El fin de semana pasado, mientras hacia limpieza en mi cuarto, limpieza a fondo, esa limpieza que consiste en tirar toneladas de cuadernos, hojas y apuntes de mi vida estudiantil, encontré unas hojas que había olvidado. Unas hojas de una revista editada en la universidad donde hice la licenciatura.

Se trata de una reseña, la reseña de la actuación de un trovador que fue al teatro de la universidad. La reseña termina con un poema. Un poema que en ese momento, como ahora, hizo un cataclismo en mi psique.

No me alcanzan las palabras para describirles el porque del impacto en mi vida, de esas hermosas palabras. Mejor les cuento un pedazo triste/hermoso/añorado de mi vida. Por aquel entonces, estaba yo enamorado de mi primer gran amor. En ese entonces no sabía, ni nadie me dijo, que el amor no es necesariamente bidireccional. Tu puedes amar a alguien y no ser correspondido y viceversa.

Así pues, en perspectiva, estaba muy encandilado con “la reina del hielo”. Tiendo a poner apodos a las personas que me rodean, y las mujeres de mi vida no se escapan a tal desvarío. Le decía la reina del hielo o témpano andante, porque era muy fría en su trato. Como suele sucederme, me engancho con gran alegría y facilidad a las mujeres bonitas. Ella era muy bonita. Pero de esa belleza que yo le llamo “estética”. Ciertamente no tenía un cuerpo voluptuoso, pero su cuerpo sin duda alguna, era muy femenino.

Los ojos, la boca y la nariz, como me encantaban. Y el tacto, la tesitura de sus manos me producía algo así como descargas eléctricas. No exagero, de las pocas veces que logre tomarla de las manos, me producía una sensación suave al tacto, suave pero fría, como el agua de manantial de monte por la madrugada. Nada desagradable, muy al contrario.

Y además tenía otra característica que como me engatusa. Su porte. Yo le decía, bastante convencido, que podría dedicarse al modelaje. Acepto que exageré en mi apreciación, pero en aquel momento yo era un hombre enamorado. El porte era de una mujer muy propia, su maneras eran gatunas, finas. Hasta cuando miraba con desprecio, lo hacia con elegancia.

¡Esa es la palabra! Era muy elegante. Y la elegancia no tiene que ver con la ropa que usaba, pues nunca la vi vestida de gala, pero siempre me daba esa idea, con jeans y blusa, o pescadores y playera, o las combinaciones de ropa femenina que francamente desconozco y existan, siempre me parecía muy elegantemente vestida.

Como tiene el cuello largo, cuando usaba bufandas o cuellos de tortuga o cuellos normales, lucía muy elegante. “Tu torre de cristal personal” le decía en referencia a lo largo y blanco que me resultaba su cuello. Aunque en realidad no es muy alta, tal vez un metro setenta o un metro sesenta y algo, pero dada su complexión delgada, la hacia ver mas alta de lo que en realidad es. Cuando usaba botas, lucia impresionante. Nunca la vi de zapatillas, pero seguro que igual luce espectacular.

Bien, esa es la mujer que me hacia soñar despierto. Por supuesto que le dije que fuera mi novia, después de cómo tres años de relación. Aunque dicha relación era desconcertante. Tal parece que ese es mi sino, tener una relación muy cercana y agradable, pero no tanto para llegar a ser mas que amigos. Y digo que era desconcertante porque teníamos intimidad.

Quiero hacer notar que para mí, intimidad no es equivalente a tener sexo. Tener sexo es como hacer ejercicio: resulta agradable, sudas, te diviertes y te sientes bien. Pero eso no es intimidad. Yo digo que la intimidad, si es que ocurre, se presenta antes y después del sexo. El sexo solo es coger. Y claro que me encanta el sexo, ¡a quien no! Pero insisto, el sexo no es intimidad.

Digo que teníamos intimidad porque pasábamos mucho tiempo junto. Muchas veces la acompañe a la puerta de su casa, hasta entre a su casa, conocí a sus papás, a sus hermanos, platicábamos horas y horas. Todo muy agradable. Además teníamos un vicio en común: fumábamos como posesos.

No hubo temas tabúes, ni prohibidos. Realmente la pasábamos muy bien. Y es aquí la parte desconcertante para mi. Cuando íbamos en la micro/combi, muchas veces, siempre a instancias mías, la tomaba de la mano. Tal vez les suene tonto, de un perdedor, pero como atesoro esos momentos. Cuando nadie de nuestros conocidos/amigos nos veían, me permitía esos atrevimientos. Sé que no era sano, pero para mí bastaba. Soy un hombre de pocas exigencias.

Derivado de esas “tomadas de mano” fue la señal que esperaba para decirle que pasáramos al siguiente nivel. ¡Desastre total! Al menos para mí. Con el clásico “es que te quiero como a un amigo” selló una parte importante de mi vida. Desde entonces, he odiado esa manera de decir “no me interesas en plan sentimental”. “Mejor miéntame la madre” pensé en cuanto me soltó esa cagante estereotipada frase.

“Dada las circunstancias, es mejor que dejemos de vernos”, no fueron esas las palabras exactas que dijo, pero así las recuerdo. Ya por esas postreras etapas de la licenciatura, donde yo iba adelantado y ella se quedó atorada en algunas materias, dejamos de frecuentarnos. Una ocasión, por pura casualidad, en las que yo con mucha frecuencia, me pasaba a quedar en una especie de cantina estudiantil, a beber cerveza, fue que llegó ella. ¡Un pequeño triunfo para mí! Y es que con solo verme se puso rojísima. Ella tiene la piel blanca, no de color rubio, sino blanca, como la leche. El color de sus mejillas eran de un color encendido. ¡Algo le moví, a wiwi!

“Hola”, “hola” respondí. Y dado que íbamos en grupo, nos sentamos en una mesa, todo el grupo de amigos. Pocos sabían de mi desafortunado intento amoroso, así que no fue nada raro que nos sentaran juntos, un alguien, su servidor, ella y otro alguien. Me sentí a gusto, no bebí mucho, pues aunque mi corazón también se aceleró, mi piel me permite esconder ciertos sentimientos, y no quería hacer el ridículo. Como a la tercera cerveza, baje mi mano para colocarla a la mitad de su muslo.

Su primer reacción fue de sorpresa, pero como todos estábamos en el convivio, nadie se percato de mi movimiento. Ella solo atinó a hacer un leve, débil intento por retirar mi mano, que se aferraba con cierta firmeza a su muslo. Y fui feliz. Nos despedimos, ya era noche, “adiós” le dije, “nos vemos” me contestó. Y nada más volvió a pasar entre nosotros.

Si has llegado hasta aquí, estimado lector, debo decirte que es el preámbulo, la mitad más o menos, de lo que tengo que decir. Porque no es ella quien es la depositaria del poema que tanto me ha gustado desde entonces. Es otra ella. Esa otra, tan distinta de la “reina del hielo”, tanto en color de piel, como en sentimientos, como en figura. A esta otra, que si les digo como me refería a ella, sabrán su nombre y no es que sea algo malo que lo sepan, pero prefiero que ellas permanezcan en el anonimato. Además, sus nombres no son relevantes para lo que les estoy contando.

Esta otra, es más bien chaparrita, morenaza de fuego, no es precisamente una belleza, pero tampoco es fea. Con un cuerpo curvado, no tan estético, pero no menos bello. De ella, lo primero que me llamo la atención fue su largo e hirsuto cabello. No de ese tipo chino cerrado, mas bien ondulado, no lacio. Negro azabache su cabello, que cuando el sol le pega, brilla con una fuerza animal. Largo, a tres cuartas partes de la espalda, que cuando lo trae mojado, fácilmente le llega hasta la cintura.

¡Adoro el cabello largo! Pero lo que me enamoró de esta otra mujer de mi vida, es su carácter tan abierto, franco y sincero. De risa prolifera y sin tapujos. A ella la conocí al mismo tiempo que a la reina del hielo, pues los tres estábamos matriculados en la misma carrera. Pero, además de estar yo embelezado por la mujer estética, ella, la mujer de fuego, tenía novio. Y a la par que desarrollaba mi amistad/amor con la primera mujer, con la segunda también crecía algo que después no pude controlar.

Estudiábamos juntos, ya que ella y yo íbamos a la par en los estudios. Tomábamos las mismas clases, hacíamos equipo en los trabajos escolares, y nos iba bien. Siempre calificaciones altas. Era mucho más inteligente que mi amor desastroso. Ella supo, en algún momento, de lo que sentía por la reina del hielo.

- Ah pero si eres bien pendejo, nunca te va a pelar, no ves que ella es hija de papi, necesitas coche, y no te sientas mal, pero no creo que seas su tipo. Me decía
- No le hace, me gusta mucho. Le contestaba, no tan convencido de mi “no le hace”
- Pues allá tú.

***** (la morenaza de fuego) fue la primer persona que le conté de mi fallido intento por emparejarme con la reina del hielo. Fue la primera que me consoló. “¿Ves, te lo dije?”. ¿En qué momento comenzamos una relación? No lo recuerdo a bien, pero seguramente fue cuando más nos frecuentábamos; como dije, fue la primera que me consoló, íbamos al cine, a los eventos de la escuela, a estudiar a la biblioteca.

***** me ayudó a salir adelante. Creo que ella y yo congeniábamos al cien por ciento, y por lo mismo, la pasábamos genial juntos. Ahora yendo al museo, luego a las marchas (jejeje ambos éramos “rojillos”), dando nuestra opinión sobre el mundo, ¡componiendo el mundo!

“------, ya esta sospechando que le pongo el cuerno”, me dijo en cierta ocasión. Idiota que es uno, yo todavía con la esperanza de que la reina se fijara en mi, no había contemplado, en serio, mi relación con *****. Hasta ese momento. Por esos días, fue que se presento el autor del poema, que encontrarán mas abajo, a dar su cátedra de canciones y sentimientos, en el auditorio de la universidad. Y por supuesto, fuimos juntos.

- Pero a mí la trova ni me gusta. Le dije
- No seas fresa y vamos. Me contestó
- Ta bien, pues, vamos. Concedí

Auditorio lleno. A reventar. Que les puedo decir, es una de las actuaciones mas humanas, sentimentales y hermosas de las que he asistido hasta el día de hoy. Es increíble lo que te puede mover internamente una voz, una guitarra, y la habilidad para combinarlas. Cantó y contó, historia tras historia, muchas de amor y desamor, otras jocosas, unas más anecdóticas.
Regresó, bueno lo hicimos regresar hasta tres veces. Nadie se movía de su asiento, nadie paraba de aplaudir. Y el artista nada ingrato con su público, tampoco se retiraba definitivamente. Pero todo lo que comienza tiene que terminar. Es la ley de la vida.

- De verdad muchachos, ya no tengo canciones, ya no tengo historias, ya no tengo voz, ¡Por favor, déjenme ir!

Y lo dejamos ir, entre un mar de aplausos.

- A la otra que venga, volvemos a venir. Le dije emocionado a *****
- ¡Pero por supuesto!

Nunca más regresó. No al menos en el resto de mi estancia en la universidad. Pocos días después, apareció en una revista de edición interna, una breve narración de la actuación del trovador. Y ahí estaba, el poema, el dichoso poema que a continuación transcribo:

Hablemos de Amor

Nuestro amor se a vuelto fuego
y no quiero que te quemes,

pues al igual que yo le temes,
a dar todo por el todo.

No es por miedo, si no el modo
de
evitar que las cenizas,
vuelvan pardas las sonrisas que han brillado con las llamas.

Pues mas vale que las flamas se agiganten junto al frío,
a que el viento o el rocío nos las vengan a apagar.


Aprendamos a jugar con el fuego sin quemarnos,
y tu y yo vamos a amarnos,
en la fragua hasta fundirnos,
sin el miedo a confundirnos
al calor de nuestra vida
y que no se haga costumbre,
que sea nuevo cada vez

si nos vemos cada mes o nos vemos cada noche,
que no sea nunca un reproche lo que digan nuestros labios.

Nuestro amor sera de sabios.

Y la fuerza del instinto lograra que sea distinto,
al camino recorrido y al camino por correr,
Por que sabes, sin saber,
lo que soy y lo que he sido.

Y ni novio ni marido me podrás llamar jamas,
porque yo soy algo mas,

no por mucho, no me midas.

Solo se que lo que pidas por amor te lo dare,
que sin el no te doy nada.
Y me iré de madrugada cuando un poco de todo esto
para ti no este dispuesto.


Que por hoy a cada instante,
te amaré como una amante
como niño mi ternura
jugara con tu cintura,
con tu vientre,
con tu piel.

Y jamas te seré fiel como lo es aquel
marido que al amor lo tiene unido
unas firmas, una cruz,

Tras mis sombras hay mas luz
no por eso soy mejor,ni me siento mas honrado,
solo sé que yo te amado, como se ama a una mujer.

¿Se imaginan? Tal pareciera que estaba inspirada en mi relación con *****. Guarde ese pedazo de papel, aunque todavía no sabía conscientemente porque. Era más que obvio, ¿No? Pero obtuso que es uno.
Otros tantos días después, ***** me citó en el edificio D, tercer piso, a esa hora de la tarde, donde ya casi no había gente. Sitio habitual para parejas “al borde de la ley”. No recuerdo exactamente como pasó lo que pasó, lo único que recuerdo fue lo siguiente:

- Entonces ¿Así quedamos?
- Sí, así quedamos

Según mis recuerdos, el acuerdo que aceptaba es que nuestra relación no tenía futuro, pues ella ya estaba bastante comprometida con su novio (actual esposo). Y que yo, dadas las circunstancias, no le daba la importancia adecuada a la ya intensa relación que llevábamos.

De mis últimos actos hacia ella, fue dejarle el poema, la hoja del poema en su casillero, con una nota mía diciendo:

“No sabes cuanto bien me ha hecho tu presencia en mi vida. Llegaste justa, para sacarme del hoyo. No sabes cuanto me duele aceptar que ya no sigamos con lo nuestro. Pero está bien. Y te dedico este poema que no es mío por paternidad, pero sí es mío por sentimiento, porque lo hago muy mío, porque dice mucho de lo que quiero pero no atino a decirte. Tómalo, ahora es tuyo. Con todo mi amor y cariño”
++++

Y me gradué, y me incorporé al mercado laboral, dejando atrás, amigos, profesores y amores fallidos.

Años después, estando ella ya casada, yo casi igual que cuando nos despedimos, nos reencontramos en una reunión de “amigos” de la escuela. ¿Que puedo decir cuando la volví a ver? Amor, cariño, mucho afecto, emoción.

- ¿Cómo estas?
- Bien ¿Y tú?
- Ya me casé…
- Sí, lo sé. Felicidades. Que mala onda, no me invitaste a la boda.
- ¿Sinceramente, hubieras ido?
- Sí, para objetar cuando el padre preguntara lo de la objeción
- Ja ja ja, no me casé por la iglesia
- Por el civil preguntan lo mismo, ¿No?

Convivimos muy a gusto, todos, los ex compañeros, algunos ya con hijos, otros casados otros en proceso de divorcio. Y algunos pocos, como yo, sin algo relevante que contar.

No quiero hacer una apología del alcoholismo, pero en mi experiencia, como ayuda, en cantidades controladas, para ablandar al yo y dejar que se digan las cosas, por mas sinceras y duras que estas sean.

Esto viene a cuento, porque ella, *****, con lágrimas en los ojos, lágrimas que en verdad me dejaron turbado, porque salieron de la nada, cuando estábamos platicando de algún tema trivial, aunque jocoso, me dijo:

- …
- ¿Por qué me dejaste ir?
- ¿De que hablas?
- ¿Te acuerdas de ese día, en el edificio D?
- Sí, con mucha tristeza, cuando me pediste que dejáramos nuestra relación
- ¡Estás loco! ¡Fuiste tú quien ya no quiso continuar!
- ¡Claro que no!, tú me dijiste que tu relación ya estaba muy consolidada, que yo no te prestaba la atención debida. Solo dije que sí a tu petición
- Y luego ese poema, ¿Te acuerdas?
- Como olvidarlo; no recuerdo exactamente que dice, pero si recuerdo el sentimiento que despierta en mí
- Pero, no, tú ya no quisiste seguir
- Que no, fuiste tú
- …
- ¿Hubiéramos sido felices?
- No lo sé, tal vez en estos momentos estaríamos divorciándonos. O tal vez estaríamos criando un bebé. O tal vez estaríamos divorciándonos, a la vez que criamos dos bebés
- Ja ja ja, sigues siendo el maestro de burlarte de las desgracias, propias y de los otros
- Prefiero reír a llorar
- ¿Te molesta que llore?
- No, pero me pone triste
- Ay amiguito, ¿Así que todo se reduce a un mal entendido?
- Espero que no…
- ¿Eres feliz?
- Pues, sí, él me quiere mucho, vivimos a gusto, salimos, nos divertimos. Sí, soy feliz. ¿Y tú?
- No
- Ja ja ja, franco a morir
- Si, ya vez, sigo muy igual
- …

Y seguimos platicando de trivialidades.

¡Todo es remolino de recuerdos gracias a un pedazo de papel olvidado entre hojas y hojas de papel! Carajo, estoy seguro que de haberlo buscado, no lo hubiera encontrado.

Estimado lector, que has leído todo este espagueti personal, te estoy muy agradecido. Quiero terminar diciendo que el autor del dichoso poema se llama, perdón, quiero decir, se llamaba Marcial Alejandro, acaecido a el 22 de marzo de 2009.

Desde esta extensión de mi conciencia, recibe, si es posible, entrañable trovador, mi más profundo afecto, cariño y respeto. Ojala que otras personas te recuerden como yo a ti.

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1 comentario:

Nash dijo...

Vaya.. espero que no, que no haya sido por un mal entendido.

Hermoso poema, gran sentimiento.

Y, así, la vida pasa ¿Las cosas pasaran porque pasaron o por algo es que pasaron?

Me gustó tu relato. Cuando las letras salen así, en proceso catártico, es que saben mejor.

Saludos!!