sábado, 11 de junio de 2011

El Píjarito

Diminutivo del apodo original, Píjaro. Es un hombre de edad, tal vez mayor que mi papa, unos diez o quince años. Yo le calculo unos 70 y algo. Es difícil de precisar, porque el Píjarito se ha partido el alma desde siempre y tiene la clásica figura del mexicano pobre: flaco, pero correoso, pareciera en la antesala de la muerte, pero años pasan y mejor se mueren los que están “sanitos” (como no se van a morir, semejantes gordos). Tal pareciera que nació así como es. Para ser francos, desconozco si alguna vez fue feliz.

De mirada larga, profunda y muy cansada, muy vieja, es de buen trato. “No le queda de otra” pienso cuando se refieren a una chica poco agraciada (feíta o gordita) como buena onda. No le queda de otra al Píjarito debería pensar. Lo cierto es que no pienso eso de él. Tal vez sea porque soy misógino, o porque me identifico con el género masculino, o vaya usted a saber por qué. El sentimiento que me da cada que lo veo es de una profunda tristeza.

Tal vez eso sea con lo que me identifico. Una tristeza muy superior a la mía. Al menos eso creo, nunca le he preguntado si es feliz. Pero su trato no refleja tristeza, cansancio tal vez. El Píjaro se dedica a las “talachas”, ese oficio que da servicio a las llantas, pero sin equipos sofisticados, muy mecánico el asunto y por lo mismo desgastante. ¿Han cambiado una llanta? Eso de estar en cuclillas, agachado y con el cuerpo doblado, si no estás acostumbrado, cansa. Y mucho. Más si tienes una “llanta” integrada en tu puerquecito. Más si tienes edad suficiente para jubilarte.

Yo creo que de ahí le viene el cansancio al Píjaro. Pero él no se queja, nomas trabaja y trabaja. Pareciera que siempre estará ahí para cuando necesitas una talacha, o aire para tu llanta. Hasta el momento, siempre que voy, siempre lo encuentro. Se me hará raro el día que no lo encuentre. De alguna manera, este señor me inspira respeto. No como al que le tengo a mi padre, pero si mucho mas respeto que muchos colegas que tengo. Mucho más.

Hoy pase porque tengo una llanta que se le baja constantemente el aire. Estaba dormitando. Mejor dicho, estaba dormido. Francamente dude entre hablarle y dar la vuelta para regresar otro día. Pero por una parte me preocupaba que mi llanta tuviera un desperfecto, y por otra parte, si me iba, el Píjaro dejaba de ganarse unos pesos, pocos, pero necesarios.

Así que lo más amable y cortes que me fue posible, le sacudí el hombro. Me miró un poco desconcertado, no mucho, unos dos segundos, que si no estás a la expectativa de la reacción del otro, ni cuenta te das.

-“Buenas, Don, ¿Me revisa la llanta?”

El me responde con esa voz apagada y aguardentosa.

-“Sí, ahí ponlo”

Me pregunto si es apagada y aguardentosa porque antaño se desgañito diciéndole palabras bonitas a las mujeres, o porque grito por seguir a su equipo de futbol favorito, o porque se la paso conversando con sus amigos. O tan solo es la edad. Esto último es lo más probable, pero la idea romántica de que se quedo sin voz porque les hablaba bonito a las mujeres es con lo que me quedo. Poco probable, pero a mí me gusta así.

Lo veo moverse con la presteza de quien está acostumbrado a servir a los demás. Pero no a manera de servidumbre, sino como un servicio que tú no sabes hacer y que el otro sí. Mete debajo de mi coche su “gatote” hidráulico. Es un gato tipo patín, viejo como su dueño, pero eficaz, también como su dueño.

Me gusta como trata el rin de mi auto. Algo sabe de rines y llantas. En lugar de meter sus herramientas toscamente, como en casi todos los “servicios computarizados” que conozco, busca con cuidado el diámetro correcto de los birlos. En lugar de azotar el rin, lo baja con cuidado y lo rueda.

Trata bien mi pertenecía. Por eso voy con él. Y es que no sé si no le queda de otra, pero sí sé que, dentro de lo bueno o malo del asunto, le gusta su trabajo. Creo que a mí también me gustaría hacer talachas. No para vivir, sino a manera de terapia. Se requiere algo de físico y habilidad para quitar la llanta del auto, y luego quitar el neumático del rin.

-“Pues no le veo problema alguno, pero ahorita se lo hacemos”

Ja ja, a pesar de todo, se permite bromear. Eso es algo que me gusta de las personas. Yo mismo prefiero reír a llorar. Aunque a veces me gana el llanto, prefiero los estertores de la risa loca que los estertores del llanto amargo.

Lleva la llanta hacia el sistema último de detección de fugas en una llanta: una bañera llena de agua lo mas cristalina posible.

-“Aquí está el problema, chiquita la fuga, mira”

Y yo miro. Y sí, es pequeña la fuga, imperceptible sin el sistema detector de fugas “Píjaro 2011”

-“Nomás que no te la puedo arreglar, ya viene parchada”

Asiento lacónicamente, pues ahora recuerdo que esa llanta tiene un “detalle”. El detalle es que en un banquetazo, se daño la cara. Se supone que la compusieron, pero no quedo bien. O bueno, quedo lo mejor que se pudo. Después de todo, el desgaste por presión, lo lleva la cara de la llanta.

-“Ni hablar Don, ¿Cuánto le debo?”

Me da el precio. No es mucho, más bien es casi nada. Le doy un tanto más. A fin de cuentas, trata bien a mis rines.

Me aconseja que no cambie la llanta, que nada mas le eche aire una vez a la semana, esta “buena” todavía, me dice.

-“Sale pues don Píjaro, muchas gracias”

Y me voy. Y le rezo a mi Angelito de la Guarda:

“Angelito de mi guarda,
Dulce compañía
No me desampares, ni de noche ni de día
Cuando veas que ya no sea autosuficiente
Arráncame la vida, aléjame de la agonía.”

1 comentario:

El Signo de La Espada dijo...

Por gente como ese don, que lucha estoicamente hasta el final, es que no nos hemos ido a la mierda como especie

Me cae que esa gente es a la que más repeto, por el enorme acopio de huevos que tienen.

Post inspirador, mi estimado, inspirador de verdad. Un gustazo saludarte de nuevo. Suerte con esa llanta