domingo, 22 de diciembre de 2013

Soliloquio decembrino

Así como lo dice el título de esta entrada, escribiré para mí; digo esto porque tal vez te resulte no interesante y hasta aburrido.

Nunca he tenido una novia. De verdad. Por supuesto que he salido con mujeres. Pero nunca le he pedido a una que sea mi novia. Digamos, que todo se da por enterado. Y otra cosa curiosa: todas mis relaciones de “noviazgo” han sido con mujeres que han estado comprometidas (con novio o en proceso de separación).
Ya me había dado cuenta de este patrón: mujeres comprometidas. En mi favor, diré que no es una condición para buscar pareja. Es decir, no ando buscando mujeres comprometidas. Al menos no de manera consciente. Y de manera inconsciente no sé cómo le hago.
El punto es que me relaciono con mujeres comprometidas. Como dije anteriormente, ya me había dado cuenta de este patrón. Y por más que le buscaba la cuadratura al círculo, pues no encontraba una explicación. Hasta esta semana.
Esta semana tuve una comida con el que considero un maestro para mí, es encargado de un sistema de salud público. A saber, es doctor en psicología clínica. No es raro, pues, que lo tenga en tal alta estima y escuche y estudie con profundidad lo que piensa y dice.
Así que al calor de las copas, porque la comida fue el pretexto para dejar que Dionisio nos procurara con sus bendiciones (mañosos, dice mi madre), le comenté esta condición tan peculiar mía. Y se la conté porque he sido desechado como objeto amoroso (me cortaron, pues). Y ando dolido y muy triste.
No pasaron ni cinco segundos, cuando mi mentor, en una actitud de profesor a punto de revelar un teorema, me mira y dice “hay psicólogo, es tan obvio, tienes un Edipo no resuelto”. ¡Fum! Tan solo escuchar la palabra “Edipo” todo fue muy claro como el cristal. Es cierto, mis relaciones han sido absolutamente edípicas.
Yo soy el hijo, el hijo que compite con el amor de una mujer, su madre, a su contrario natural, su padre. “Tu, hombre, no te mereces esta mujer. Es mía, no tuya”. Por supuesto que es totalmente simbólico el asunto. De hecho, he conocido a pocos de mis contrincantes. Y de conocerlos, solo de vista.
Pero eso no quita toda la carga simbólica que ellos representan. Un padre, al cual no odio, pero que no merece a la mujer que tiene. Eso, estimados lectores, es lo que me pasa. Desde hace tiempo creo que mi padre no merece a la mujer que tiene. Pero amo profundamente a este hombre, mi padre, mi verdadero padre, mi padre biológico.
Y también amo, incluso más, a mi madre, la mujer que no merece mi padre. Así pues, no puedo odiar a mi padre, ni siquiera verlo en actitud de juez ¡Es mi padre! Y tampoco puedo exigir que mi madre lo deje. Porque ella sabe tan o más que yo, lo que yo no he comprobado (y ni quiero).
Así pues, mi psicoanalista, podría teorizar, con mucha precisión que yo, al no poder decirle a mi padre que no se merece a la mujer que tiene, y no poder decirle a mi madre, que se aleje de ese hombre, que es mi padre, lo vivo en mis relaciones de pareja. Es ahí donde sí puedo decirle a mi madre que deje a ese hombre, donde incluso puedo darme el lujo de menospreciar, a ese, mi padre, donde puedo competir y quitarle a su mujer, para que me ame, quiera y procure solo a mí, porque no sabe lo que tiene, no merece lo que tiene ¡Mejor yo!
Y como todas las cosas, luego del asombro inicial y de encontrar un indicio más de que el psicoanálisis y la psicodinamia están muy vigentes y funcionales, pasé a formularme la cuestión ¿Y de que me sirve saber este hallazgo? Bien, por el momento ha sido para dar una respuesta durante mucho tiempo buscada. Y tal vez, con el tiempo, pueda encontrar un uso más práctico, que vaya más allá de una anécdota interesante, y hasta quizás, chusca.

No hay comentarios.: