domingo, 11 de julio de 2021

Ah, la vejez

He oído de la brecha generacional, de la juventud rebelde, que entre generaciones, la más típica, padre-hijo, hay una incomprensión absoluta.

Tiene que ver con el desarrollo del pensamiento independiente. La rebeldía contra los padres no sucede todo el tiempo. En particular, los dolores de cabeza ocurren principalmente en la adolescencia (del hijo, por si no se entiende, lo puntualizo).

El padre no entiende al hijo y viceversa. Lo que sucede en realidad, es que el padre tiene su forma de ver la vida y casi siempre, esta visión de la vida, es diferente, a veces muy diferente, a la del hijo. El hijo, por otra parte, de manera inherente, que dependerá mucho de su carácter, no está de acuerdo con la forma de hacer del padre. Bueno eso es natural. Es la norma. Descubriendo el hilo negro una vez más.

Mientras más tiempo pasa, más ocurre esa “brecha generacional”. El hijo, a más fuerza del paso del tiempo, esto es, se vuelve más viejo, gana más experiencia, y eso hace que la brecha se mantenga o incluso se expanda. Depende más del paso del tiempo que de un proceso de raciocinio voluntario.

Y hay choques, sobre cómo resolver las cosas más simples y sencillas de la vida, cuanto más cuando se trata de resolver cosas complejas. Todo esto viene a colación porque me pasó por la mente el pensamiento “mi padre, es un pueblerino”. Ja. Y les estoy hablando de un médico con más de 40 años de experiencia en el ámbito de la cirugía de cáncer. Cientos de vidas han pasado por sus manos.

Muchas de ellas lograron extender un poco más su oscuro destino. Vivieron un poco más, pues. Y aun así lo vi viejo, con ideas arcaicas, otra manera de ver la vida. No lo culpo, mi visión de la vida básicamente es catastrófica, sin futuro y en una perene decadencia.

Sucedió que llegó un perrito, perrita, desnutrida, babeando, al lugar donde vivimos. Se metió hasta la cocina. Me llamó mucho la atención que mis perros ni ruido hicieron. Diría que estaban neutrales, pero no, incluso me quedó la sensación de que la ignoraron, es decir, se dieron cuenta que ahí estaba, pero decidieron hacer como que no había nadie.

Me acerqué al animalito, tenía una taza de respiración alta, baba en el hocico y una mirada triste. Flaca, desnutrida creo (no soy veterinario). Se dejó agarrar, ni una muestra de hosquedad o agresividad. Como cualquier humano común y corriente, con la poca información que poseo sobre el tema, pensé en la rabia.

Pero su comportamiento y el de los perros de casa no de ansiedad o violencia. Como mi padre es médico, decidí que viera la situación, pensando que él, con más años, más experiencia, y de muchas maneras más empapado en temas de salud humana, creí que iba a poder determinar si era rabia o no y que hacer.

Y ahí vi la brecha generacional con mi padre. Entró en pánico al ver a la perrita, “no te acerques”, me dice (para ese entonces ya hasta había cargado a la perrita para sacarla de la cocina). Decidí hablarle, más por temor a un contagio con mis perros, que por una cuestión de agresividad hacia los humanos de la casa.

-Ya hasta la cargué. Le dije.

-Puede ser rabia, no te acerques.

-…

Acto seguido, agarra una escoba y comienza a empujarla.

-Es que los perros rabiosos son bien agresivos, me dice.

Y mis perros, ni por ese acto, se acercaron. Por lo general suelen atacar en manada (bueno en realidad solo son 2, pero atacan de manera coordinada). Y la perrita, como se podrán imaginar, comenzó a gruñirle a mi padre. Cosa de esperar, me parece.

Se hace un desmadre, que tráeme agua, que con eso vamos a si le tiene miedo al agua. Como dije anteriormente, no soy veterinario, pero había leído que la rabia tiene un periodo de incubación de hasta meses, y es hasta el final, cuando ya está muy desarrollada, que se presenta violencia por parte del animal infectado.

La perrita estaba más bien como deprimida, con hiperventilación, pero no mostró nada de violencia. Y mis perros tampoco le hicieron mucho caso. Si estaba infectada con rabia, andaba en la etapa intermedia, supongo.

Y ahí está mi padre, corriendo al pobre animal, que literalmente estaba siendo barrido porque nada más se echaba, intentaba enroscarse, pero ante el embate de la escoba, pues le mostraba los dientes. Y que el agua. La verdad es que solo me quede viéndolo. Vi a un pueblerino. Más espantado que el animal, no diría que estaba histérico, pero sí empecinado en sacar al animalito del patio.

Encontró su agua y yo procedí a seguir haciendo lo que estaba haciendo. Afuera solo lo miraba pasar de un lado para el otro. Como dejó la puerta abierta de la cocina, pues la perrita se volvió a meter. Y ahí va mi padre.

-¿Por qué no cerraste la puerta?

-Pues que yo la abrí.

-Sí, sí, yo tengo la culpa.

-Sí, tú la dejaste abierta. No se lo dije, solo lo pensé. Porque tiene la costumbre de dejar la puerta de la cocina entre abierta, de tal suerte que los perros la empujan y se meten. Así que prácticamente no hice nada por ayudarlo.

Y ahí andaba un pueblerino, con su escoba, persiguiendo a un animalito medio muerto. Al final lo consiguió sacar.

¿Qué hubieras hecho tú? Se preguntarán. Curiosamente, días antes, una amiga-vecina me llamó porque había una serpiente en su patio. Como dije, no soy experto en animales. Solo en perros y únicamente como dueño, no como profesional de la salud animal. Pero ahí voy. No pues que esta grandota. Quién sabe si será venenosa. Como la serpiente estaba encerrada en un lugar donde pone su composta, le dije, llama a protección civil, a ver que dicen.

Los de protección civil le dijeron que iban de inmediato. A los 20 minutos ahí estaban. Sí, ellos se dedican a atender este tipo de casos.

-No, es ratonera, no es venenosa.

Uff, salvados.

Así que yo habría llamado a protección civil, a ver que me decían.

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