domingo, 14 de junio de 2015

El Rey

Y cuando el Rey levantaba su copa para brindar, no había una sola persona que no lo hiciera también.
Por donde quiera que posara su mirada, veía brazos arriba. Incluso aunque no tuvieran vaso o copa. Brindaban con el Rey.

No era así hace un par de décadas.
“Por su puesto…” mediaba el Rey, pues hace un par de décadas, no era más que un mercenario, no el mejor, pero uno con cierta reputación.
En ese entonces, cuando brindaba, lo hacía solo; por lo general, tan ebrio que recibía burlas, golpes, robos, vejaciones y humillaciones. A veces todas juntas.
Brindaba para sí, por sus derrotas o sus victorias. Brindaba por la nueva mujer conquistada, por el reciente rompimiento sentimental. Claro, los reyes también quieren, también aman. Aunque en aquella época aún no era rey.
Ahora, el Rey, estaba seguro que incluso ahí donde su mirada no se posaba, había brazos levantados pues ¿Quién haría semejante descortesía?
El Rey meditabundo, intentaba averiguar cuál era la diferencia. La diferencia era que ahora era el rey.
“Pero sigo siendo el mismo…” se decía mientras con rostro adusto, con soberbia y mucho orgullo, pasaba su mirada de un lado a otro, viendo como le reverenciaban, como bajaban la cabeza, casi hasta el suelo, cuando miraba a uno y éste se daba cuenta.
“¿Cuál es la diferencia?” intentaba explicarse, dándose cuenta que uno de sus hijos, el que él designara, tomaría su lugar. Se daba cuenta que cualquiera de sus vástagos no era tan diferente de aquellos “nobles” que años atrás ni siquiera se dignaban en mirarlo.
No, el Rey debió tomar su reino por la fuerza. Así como tomó otras muchas cosas por la fuerza. Pero se daba cuenta que la fuerza no le podía dar la lealtad, el honor, el amor.
“Así que ¿Cuál es la diferencia?” Se decía mientras miraba a sus hijos, hombres mimados, mujeres indolentes, los cuales, despojándolos de sus títulos, no sobrevivirían en el mundo.
“¿A quién le dejaré mi reino?” Pensaba y no terminaba de convencerse. Ninguno de sus hijos valía la pena. Así pues, el Rey se sintió más solo que nunca. Más solo que las veces en las que brindaba para sí, ahogado en el alcohol.

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