-Que calle tan vieja y tétrica.
Pensó para sí Julián. Julián estaba de turista por aquel pueblo, “mágico”, le habían dicho.
-“Mágico”, ja, más bien viejo y decadente.
En ese instante escucho un gemido, un grito ahogado. Julián no es de las personas que creen en lo sobrenatural, vaya, ni siquiera es religioso; pero sí que les temía a sus congéneres, los “vivos”, esos sí que hacen daño, sobre todo cuando los impulsa la codicia y el odio.
-Bueno, buscabas aventuras, ¿O no Julián?
Pensó para sus adentros. Y armándose de valor, con paso sigiloso se acercó a donde creyó que se encontraba la fuente de aquel gemido. Lo que vio dejó sumamente sorprendido: una mujer delgada, estética, de piel cobriza, con una larga y negra cabellera se encontraba sobre un hombre, alto, fornido, de bigotes y barba. En realidad se encontraba mordiendo ávidamente el cuello de aquel hombre, su víctima a todas luces.
-¿Un vampiro, en México, en pleno desierto?
Ese pensamiento dejó muy sorprendido a Julián. Ciertamente era imposible, por favor, ¡Los vampiros no existen!
Sin embargo, la escena completa incluía la boca de la mujer llena de sangre y el sujeto, entre estertores, cada vez respiraba con mayor dificultad, produciendo unas exhalaciones que a Julián le provocaron mucho temor.
La mujer, con un instinto animal, sintió la presencia de aquel extraño. Por un momento dejó de succionar el cuello de su presa y agudizó sus sentidos. Julián sintió que la mujer se había percatado de su presencia.
Un frío indescriptible sacudió el cuerpo de Julián, paralizándolo por completo
-¡No es posible, los vampiros no existen!
Se repetía una y otra vez, sin poder convencerse así mismo. La mujer-vampiro dejo a su presa, de cualquier manera ya no tenía oportunidad alguna de ser salvado, aunque Julián tampoco estaba en la posibilidad de hacer algo al respecto. Él continuaba sin poder moverse; ahora respiraba con dificultad, presa de un miedo indescriptible, su cerebro no podía unir la realidad que sus ojos observaban con el sistema de creencia que poseía. Después de todo era un convencido nihilista.
Ahora la entidad enfocaba toda su atención en Julián, que comenzaba a dudar de su cordura.
-Debo estar bajo el influjo de alguna droga, que inadvertidamente consumí en la comida o en cervezas que tomé en aquella cantina de mala muerte.
Se decía en un vano intento de sacudirse aquella visión extrema.
La entidad se acercó al cuello de Julián que a pesar de sus esfuerzos no podía moverse, ni siquiera para intentar cubrir su cuello, que fue el único objetivo de la vampiro. Al estar a escasos centímetros del cuello de Julián, la vampiro emitió un poderoso e indescriptible rugido, nunca antes oído por Julián; un rugido cavernoso, gutural y de primitiva procedencia, que contribuyó a dejar todavía más indefenso a Julián.
Sin embargo no llego a consumar la mortal mordida, a pesar que Julián no ofrecía resistencia alguna. Julián no sabía la razón de aquel proceder. La mujer-vampiro olisqueaba con desenfado y cierta curiosidad el cuello de su nueva presa, hasta llegar a colocar su rostro a la altura de Julián.
-¡Que hermosa es!
Pensó al instante que vio aquel rostro, casi humano, de no ser por los ojos inyectados de sangre. Los labios hinchados rojísimos, y el olor, el olor a mujer, vampiro, pero mujer a fin de cuentas lo embriagó en una extraña mezcla de eros y tanátos, sexo y muerte, vida y muerte. Esas son de las pocas cosas puede no puede resistirse el ser humano.
La mujer vampiro, leyó su mente o tal vez, debido a sus incrementados sentidos, a sus sentidos extras, supo que Julián, aún considerándose un hombre muerto, no podía evitar sentir atracción por ella.
La mujer vampiro le sonrió, primero de manera juguetona, después como una consumada amante, haciéndolo sentir deseado.
Julián respondió a las acciones de la vampiro y no pudo evitar tener una erección.
Hombre y mujer, particularmente en este caso, hombre y vampiro, cayeron presa de un deseo incontrolable de sexo. Julián estaba como drogado, embotado, tal vez por efecto del olor de la mujer vampiro, tal vez porque se sabía ya muerto.
¿Cuanto tiempo duro aquello?, Julián no lo recordaba. Se despertó y se notó medio desnudo. Su ropa se encontraba cerca de donde yacía tendido. Ni la mujer vampiro ni el cadáver del otro hombre se encontraba a la vista, además ya estaba clareando, y según la creencia un vampiro no puede andar bajo la luz del sol. Se apresuró a vestirse, no fuera ser que los policías lo confundieran con un borracho y lo metieran a la cárcel.
Aunque para esos momentos le eran irrelevantes estas cuestiones tan simples, tan sosas. Comparado con la noche anterior, cualquier otro evento le iba a parecer tan insustancial.
Desde ese día Julián se ha vuelto más osado, obsesivo de las salidas nocturnas, esperando volver a encontrarse con ella, con esa mujer-vampiro; tal vez le pida que lo convierta en uno como ella, y tal vez ella acepte. Después de todo no lo mató, o bueno sí, pero de placer.
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