O de la domesticación del hombre.
El fin de semana pasado, fui a una fiesta. El cumpleaños de la esposa de mi mejor amigo. La casa de mi amigo, mandada a construir desde cero, es muy bonita. Y como, no, después de todo fue planeada con arquitecto. Me parece que podría venderla al doble o triple de lo que invirtió.
Bonita fachada, jardín, bungaló, clima agradable, el lugar está aislado, por lo que no hay mucho tráfico. Agradable el lugar donde vive. Llego y lo primero que me recibe es un sonido, no muy alto, no muy bajo, con su animador. El año anterior solo había sonido.
Al entrar, mesas de fiesta, de esas con sombrilla, mantel, redondas, como de fiesta de quince años o boda. No muchas, siete para ser exacto. El lugar lleno,
-“Hola, buenas tardes” saludo
-‘“Pásale, bienvenido” me responde la suegra de la festejada
Comienza el protocolo social. El correspondiente abrazo y bueno deseos para el presente y futuro de la festejada, ya después saludo a mi amigo.
-“Una chelita” me dice, es más una afirmación que una pregunta
-“Seguro”, le respondo
Y así me instalo, como en los viejos tiempos, más cerca de las bebidas, que de la gente. Después de todo no conozco a la gran mayoría de los presentes. Después de todo, tampoco soy muy sociable con los que no conozco. He de aceptar que no entiendo exactamente cómo es que la mayoría de los que me conocen, me consideran muy abierto, si en realidad ni siquiera quería venir al convite.
Pero es la esposa de mi amigo, ni modo, hay que ir. Y yo que había preparado un maratón de “Castle”. Como llegue a eso de las siete de la noche, no quiero comer. Me sigo con las cervezas. Comienzo a platicar con mi amigo, pero vamos, es el esposo de la festejada. Aquí hago un paréntesis. Si somos amigos es porque tenemos muchas cosas en común, entre ellas la hosquedad hacia los no conocidos.
Pero su esposa, la familia de su esposa, vienen de una estirpe bullanguera, se nota en la organización de la fiesta, en la música, en el animador. Y si se casó, fue por algo. Ni modo, le toca atender a sus invitados. Afortunadamente para él, yo no presentó mayor angustia, sé donde esta todo, pues todo lo que necesito es alcohol en la sangre, y conozco bien la casa.
Vida y domesticación.
-“Ma amor, hacen falta platos”
-“Ma amor, ofréceles una cerveza a sutanito y compañía”
Y llegan las familias. Sí, familias. Jóvenes parejas, con uno o dos hijos, o con la esposa embarazada. Mas labor social, no de mi parte, sí de mi amigo. Las conversaciones versan sobre pañales, kinders, cesáreas y gastos médicos, que que grandote tu chamaco, que ya lo metí a ingles. Me siento fuera de lugar. Ni siquiera aburrido. Lo bueno: el alcohol me sirve de paliativo, de anestésico. Mucha vida. Bien por la humanidad.
Lo malo: el alcohol en la sangre cancela, y por mucho, las restricciones sociales. Te hace dejar de pensar con claridad. ¿Por qué no le mandas un mensaje de texto a esa persona cuando estas sobrio? Porque no es correcto, porque el objetivo es olvidar (ja, como si eso sucediera alguna vez). Sí, estoy ebrio, pero no mucho.
-“He llegado a la conclusión que careces del gen del amor, por eso no me puedes querer. Not your fault”, o algo así le escribo
La cuestión del gen del amor la leí en twitter; aunque ahí más bien hacían referencia al cromosoma del amor. Me parece que es más correcto hablar del gen, no del cromosoma. Pero bueno, no soy genetista. Tal vez este equivocada. Como sea, me gusta más como la escribí.
-“Vete a la chingada tu no sabes nada”, me responde después de unos diez minutos
No me duele su mensaje, lo que me duele es que no está aquí. Al parecer nunca se dio cuenta que las palabras altisonantes viniendo de ella, me resulta harto simpático.
Le digo que ya estoy ahí, le digo que la extraño, le digo que no era mi intención importunarla (no por la hora, que eran como las diez de la noche, si no por el texto en sí), que me disculpe. Me despido, le digo que ya me voy.
Se disculpa. Obvio no aparece por ningún lado la palabra “discúlpame”. Pero un perro no deja de ser perro únicamente porque le diga pato. Me dice que no le gusta decirme groserías (es verdad, casi no dice, solo cuando está muy encabronada), pero que no es justo que le diga eso, que soy muy inteligente para hacer eso. No entiendo, incluso en este momento, que quiere decir con eso de la inteligencia. Pero es una disculpa, y ella nunca se disculpa, nunca se equivoca. Para mí eso es suficiente, incluso demasiado.
Para terminar le digo que sin importar cuan inteligente me considere, en ese momento, mi cerebro esta nadando (exagero) en alcohol, y que si sobrio no entiendo razones, en ese momento menos.
Muerte.
En algún punto entre los mensajes, mi amigo me pide que vaya por unos cigarros. Faltaba más. Fumo, pero no compro cigarros. No es que sea codo, es que si compro una cajetilla al día, al día me la acabo. Así que mejor los compro sueltos, a veces la hueva sirve de algo, porque si me da mucha hueva no salgo a comprarlos sueltos. Total, la tienda esta a unas cuantas puertas de la fiesta.
A tres puertas, un velorio. Caras largas, abrazos de consolación. Féretro blanco. Joven o viejo, pero nunca casado. Lo más probable es que haya sido un joven. Eso indica el féretro blanco. A tres puertas, se oye la música alegre de la fiesta. Y sin embargo, no piden, no que yo me haya enterado, que se baje el volumen, que respeten. Al contrario, creo que esto es una prueba de lo respetuosos que son en mi pueblo, el vivo al gozo y el muerto al pozo.
-“¿Quién se murió?”, le pregunto
-“¿Dónde?”, me responde. Antes de que pueda responderle, lo llaman para atender a otro matrimonio amigo de su esposa. Mientras le entrego los cigarros.
-“Oye, ¿Nada más me invitaste a mi?”, le pregunto, en referencia a nuestros amigos
-“No, les avise a todos. Nada más tu viniste”
Ya son las once y media y ya no quiero más cervezas. Mi amigo sigue en lo suyo. El matrimonio trae muchas responsabilidades, cambios en las actitudes sociales. Evolución, supongo. Mientras tanto sigo sin hallarme.
Me voy, no me despido de mi amigo, que ahora se encuentra en una interesantísima conversación con un grupo de parejas. No me despido porque él va a insistirme en que me quede. Es lo correcto. Y yo tendría que aceptar quedarme. Es lo propio. Pero, de verdad, ya no tengo ganas de seguir. Todo es perfecto, el ambiente, la música, la fiesta, nada falta. Más bien estoy de sobra.
Como dicen de cajón “No eres tú, fiesta, soy yo”. Se acabo mi combustible de socialización. A la media hora me llama mi amigo. No le contesto. No por grosería ¿Qué le voy a decir? ¿Me fui porque no me hallaba? No, en otra reunión, más de nuestro estilo (espero que todavía se sienta parte de ese estilo) le platicaré. De verdad, la fiesta, perfecta.
El fin de semana pasado, fui a una fiesta. El cumpleaños de la esposa de mi mejor amigo. La casa de mi amigo, mandada a construir desde cero, es muy bonita. Y como, no, después de todo fue planeada con arquitecto. Me parece que podría venderla al doble o triple de lo que invirtió.
Bonita fachada, jardín, bungaló, clima agradable, el lugar está aislado, por lo que no hay mucho tráfico. Agradable el lugar donde vive. Llego y lo primero que me recibe es un sonido, no muy alto, no muy bajo, con su animador. El año anterior solo había sonido.
Al entrar, mesas de fiesta, de esas con sombrilla, mantel, redondas, como de fiesta de quince años o boda. No muchas, siete para ser exacto. El lugar lleno,
-“Hola, buenas tardes” saludo
-‘“Pásale, bienvenido” me responde la suegra de la festejada
Comienza el protocolo social. El correspondiente abrazo y bueno deseos para el presente y futuro de la festejada, ya después saludo a mi amigo.
-“Una chelita” me dice, es más una afirmación que una pregunta
-“Seguro”, le respondo
Y así me instalo, como en los viejos tiempos, más cerca de las bebidas, que de la gente. Después de todo no conozco a la gran mayoría de los presentes. Después de todo, tampoco soy muy sociable con los que no conozco. He de aceptar que no entiendo exactamente cómo es que la mayoría de los que me conocen, me consideran muy abierto, si en realidad ni siquiera quería venir al convite.
Pero es la esposa de mi amigo, ni modo, hay que ir. Y yo que había preparado un maratón de “Castle”. Como llegue a eso de las siete de la noche, no quiero comer. Me sigo con las cervezas. Comienzo a platicar con mi amigo, pero vamos, es el esposo de la festejada. Aquí hago un paréntesis. Si somos amigos es porque tenemos muchas cosas en común, entre ellas la hosquedad hacia los no conocidos.
Pero su esposa, la familia de su esposa, vienen de una estirpe bullanguera, se nota en la organización de la fiesta, en la música, en el animador. Y si se casó, fue por algo. Ni modo, le toca atender a sus invitados. Afortunadamente para él, yo no presentó mayor angustia, sé donde esta todo, pues todo lo que necesito es alcohol en la sangre, y conozco bien la casa.
Vida y domesticación.
-“Ma amor, hacen falta platos”
-“Ma amor, ofréceles una cerveza a sutanito y compañía”
Y llegan las familias. Sí, familias. Jóvenes parejas, con uno o dos hijos, o con la esposa embarazada. Mas labor social, no de mi parte, sí de mi amigo. Las conversaciones versan sobre pañales, kinders, cesáreas y gastos médicos, que que grandote tu chamaco, que ya lo metí a ingles. Me siento fuera de lugar. Ni siquiera aburrido. Lo bueno: el alcohol me sirve de paliativo, de anestésico. Mucha vida. Bien por la humanidad.
Lo malo: el alcohol en la sangre cancela, y por mucho, las restricciones sociales. Te hace dejar de pensar con claridad. ¿Por qué no le mandas un mensaje de texto a esa persona cuando estas sobrio? Porque no es correcto, porque el objetivo es olvidar (ja, como si eso sucediera alguna vez). Sí, estoy ebrio, pero no mucho.
-“He llegado a la conclusión que careces del gen del amor, por eso no me puedes querer. Not your fault”, o algo así le escribo
La cuestión del gen del amor la leí en twitter; aunque ahí más bien hacían referencia al cromosoma del amor. Me parece que es más correcto hablar del gen, no del cromosoma. Pero bueno, no soy genetista. Tal vez este equivocada. Como sea, me gusta más como la escribí.
-“Vete a la chingada tu no sabes nada”, me responde después de unos diez minutos
No me duele su mensaje, lo que me duele es que no está aquí. Al parecer nunca se dio cuenta que las palabras altisonantes viniendo de ella, me resulta harto simpático.
Le digo que ya estoy ahí, le digo que la extraño, le digo que no era mi intención importunarla (no por la hora, que eran como las diez de la noche, si no por el texto en sí), que me disculpe. Me despido, le digo que ya me voy.
Se disculpa. Obvio no aparece por ningún lado la palabra “discúlpame”. Pero un perro no deja de ser perro únicamente porque le diga pato. Me dice que no le gusta decirme groserías (es verdad, casi no dice, solo cuando está muy encabronada), pero que no es justo que le diga eso, que soy muy inteligente para hacer eso. No entiendo, incluso en este momento, que quiere decir con eso de la inteligencia. Pero es una disculpa, y ella nunca se disculpa, nunca se equivoca. Para mí eso es suficiente, incluso demasiado.
Para terminar le digo que sin importar cuan inteligente me considere, en ese momento, mi cerebro esta nadando (exagero) en alcohol, y que si sobrio no entiendo razones, en ese momento menos.
Muerte.
En algún punto entre los mensajes, mi amigo me pide que vaya por unos cigarros. Faltaba más. Fumo, pero no compro cigarros. No es que sea codo, es que si compro una cajetilla al día, al día me la acabo. Así que mejor los compro sueltos, a veces la hueva sirve de algo, porque si me da mucha hueva no salgo a comprarlos sueltos. Total, la tienda esta a unas cuantas puertas de la fiesta.
A tres puertas, un velorio. Caras largas, abrazos de consolación. Féretro blanco. Joven o viejo, pero nunca casado. Lo más probable es que haya sido un joven. Eso indica el féretro blanco. A tres puertas, se oye la música alegre de la fiesta. Y sin embargo, no piden, no que yo me haya enterado, que se baje el volumen, que respeten. Al contrario, creo que esto es una prueba de lo respetuosos que son en mi pueblo, el vivo al gozo y el muerto al pozo.
-“¿Quién se murió?”, le pregunto
-“¿Dónde?”, me responde. Antes de que pueda responderle, lo llaman para atender a otro matrimonio amigo de su esposa. Mientras le entrego los cigarros.
-“Oye, ¿Nada más me invitaste a mi?”, le pregunto, en referencia a nuestros amigos
-“No, les avise a todos. Nada más tu viniste”
Ya son las once y media y ya no quiero más cervezas. Mi amigo sigue en lo suyo. El matrimonio trae muchas responsabilidades, cambios en las actitudes sociales. Evolución, supongo. Mientras tanto sigo sin hallarme.
Me voy, no me despido de mi amigo, que ahora se encuentra en una interesantísima conversación con un grupo de parejas. No me despido porque él va a insistirme en que me quede. Es lo correcto. Y yo tendría que aceptar quedarme. Es lo propio. Pero, de verdad, ya no tengo ganas de seguir. Todo es perfecto, el ambiente, la música, la fiesta, nada falta. Más bien estoy de sobra.
Como dicen de cajón “No eres tú, fiesta, soy yo”. Se acabo mi combustible de socialización. A la media hora me llama mi amigo. No le contesto. No por grosería ¿Qué le voy a decir? ¿Me fui porque no me hallaba? No, en otra reunión, más de nuestro estilo (espero que todavía se sienta parte de ese estilo) le platicaré. De verdad, la fiesta, perfecta.
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