domingo, 6 de julio de 2014

Déjalo ir

¿Cuántas veces no has escuchado esa frase? Yo muchas, bajo muy diversas acepciones. Generalmente, cuando se trata de olvidar un amor. Y resulta que realmente nunca olvidas. No es como si dejaras de acordarte. Es prácticamente imposible.
 
Déjalo ir. No lo había entendido del todo, hasta ayer, que iba manejando, repitiendo una y otra vez la misma canción ¿Por qué la repetía? Fácil, porque me gusta. Aunque a veces no es tanto que te guste, sino más bien lo que te hace sentir, recordar.
 
Esa canción que habla de lo bien que te hace pensar esa persona especial, los juramentos y promesas de amor eterno, o las canciones que maldicen y reniegan del día en que la conoces o cuando deja de estar en tu vida.
 
Como sea, lo repites una y otra vez; y como epifanía, en mi mente retumbó, fuerte y claro “déjalo ir…” ¿Dejar ir qué? Lo que sea que estás reteniendo.
Escuchar una y otra vez la misma canción es resultado de una búsqueda de placer o dolor, que nos hace sentir vivos. Incluso dentro del dolor, al recordarte, me sonrío y pienso en lo bien que la pasaba contigo, lo mucho que me atraías (o si no has cambiado mucho, lo mucho que me atraes).
 
Déjalo ir. ¿Dejar ir qué? Obviamente, la canción. Deja que continúe el orden aleatorio (¿orden aleatorio? Suena a una incongruencia; precisamente sufrimos por la incongruencia) del dispositivo. Deja que corra la siguiente canción. Tal vez no te guste tanto como la que estas repite y repite, tal vez sí, tal vez sea mejor. Después de todo, por algo lo tienes grabado.
 
Pero no. Antes de dejar ir a la siguiente canción, quiero volver a escuchar ese tramo, ese solo  de guitarra, escuchar la poderosa y cristalina voz de la cantante, de hacer mío es frase que tanto describe lo que fuimos, lo que fuiste, lo que me haces sentir.
 
Déjalo ir. No, una vez más, una vez más tan siquiera. Ahora sí, voy a dejar que corra la siguiente canción. Déjalo lo ir. Lo dejo ir  y también dejo de poner atención a las canciones, a lo que dicen, al ritmo. Ya no me interesa.
 
Hasta que encuentro otra canción que me vuelve a llenar. Nuevamente pongo atención. Estoy tentado a repetirla una y otra vez, como la anterior. “Déjalo ir” retumba en mi mente otra vez. Y lo dejo ir.
 
Quiero dejarte ir, pero todavía no puedo. Todavía te extraño, todavía te detesto, todavía me pregunto ¿por qué?, todavía no te puedo dejar ir. No todavía, una vez más, por favor. Y aunque ya no estés aquí, todavía te pienso, todavía te sueño, todavía te mantengo en mi revisión cotidiana de los quehaceres.
 
¿Qué tendría que hacer para dejarte ir? No lo sé con certeza. A veces creo que necesitaría decirte, cara a cara, todos los improperios que he dicho en mis recientes borracheras, que con esas vulgaridades puedas tú sentir un poquito lo que yo siento. Que te desprecio, que no te quiero querer, que no te quiero pensar, en evidenciarte la estupidez que cometiste al sacarme de tu vida.
 
Dejarte ir. Es lo que quiero.

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