sábado, 11 de agosto de 2012

Yendo al trabajo

Resumen: recuerdos de mi vida, no vivida

-Amor, ya me voy. Como todas las mañanas, desde que vivimos juntos, me dedicas esa sonrisa, tan limpia, tan franca, tan tuya, que hace brillar mi mundo.
-Sí, ¿llegas tarde?
-Espero que no, los proyectos van bien y no creo tener que estar tiempo extra
-Bueno, porque queremos ir al cine
-¡Yo también! Al escuchar sobre ir al cine, nuestros hijos, él y ella, que se llevan dos años, se emocionan y me miran como lo más preciado que tienen el mundo
-¡Sí papi! ¡No llegues tarde!
Y pensar que no quería ser papá. Es algo tan, bueno, no es posible describirlo. Tiene que ser vivenciado. En realidad si quería, pero no con cualquiera, no reproducirme con cualquier mujer. Tu haz sido el perfecto crisol en el cual vertí lo mejor de mi. Eso creo. Me siento muy feliz. Tengo algo que nunca imaginé, con todo y que fueron verdaderas chingas, eso de dar la mamila, y el cambio de pañales ¡uagh! Pero no hay manera de no querer esto. No puedo imaginarme sin ustedes. Nací para vivir lo que estamos viviendo.
Son mi fortaleza y mi gran debilidad. Si alguien quisiera dañarme en serio, lo haría a través de ustedes. Por eso casi no hablo de ti, ni de nuestros hijos. No con los extraños, cuando menos. Por supuesto que me enorgullece. Más que eso. Mucho más.
Hoy, como todos los días desde que vivimos juntos, te levantas un poco antes que yo (cuando éramos novios no creí que fueras capaz de mantener una disciplina. Creo que la maternidad te la consolidó, eres, cuando lo necesitas, toda una espartana) y nos preparas el desayuno. Ahora es un desayuno verdaderamente sabroso. Al principio, cuando nada mas estábamos tú y yo, no era tan rico.
Pero siempre me lo he comido “Cualquier cosa que hagas con tus manitas, quemado, salado o de un sabor ‘diferente’, me lo comeré, porque lo importante es el gesto, es que lo hayas hecho con deseos de hacerlo bien, con ganas y con amor” solía decirte cuando te dabas cuenta que pues, no era algo agradable al paladar.
Afortunadamente nunca te diste por vencida. Y ahora tienes un toque verdaderamente rico. O tal vez ya me acostumbre. No lo creo, porque nuestros hijos son jueces implacables, y pocas veces los he escuchado quejarse. Y de lo que se quejan, se quejan todos los niños “!No quiero verduras¡”, así que tienes un buen toque en la cocina. Tu trabajo te ha costado.
Tomo mi saco y mientras me acomodas la corbata me dices:
-Ay ****, porque no te acomodas la corbata, no sabes que tienes que verte bien
-Tengo que hacer bien mi trabajo, si no soy stripper, como luzca es lo de menos
Y en ese tenor son nuestras charlas de despedida.
Me acerco a la puerta y nuestros hijos corren a darme el abrazo y el beso con la ternura y cariño que sólo los hijos pequeños saben dar. Ya crecerán y lo más probable es que me ignoren y me llamen por mi nombre. Pondré todo mi empeño en que nunca me llamen por mi nombre. Aceptaré todo lo demás, pero no que me llamen por mi nombre.
Mientras, siento fluir su cariño. No hay un día en que no sienta este estremecimiento electrizante, cuando me abrazan y me besan y me dicen que regrese pronto. Yo me pongo en cuclillas y los abrazo, ella a mi diestra, él a mi siniestra.
-Órale, a lavarse los dientes
-Sí mami
Me pongo de pie, agarro mi maletín. Para mí era más cómoda la mochila, pero  la mochila es para estudiantes, no para el puesto que desempeño, así que me regalaste ese costoso maletín de vanidosa marca. Sí me gusta, pero sigo pensando que no es mi estilo.
Hoy, como todas las mañanas, ya estas arreglada para el trabajo. Nunca he dejado de verte como si fuera la primera vez. A veces te pones pantalones, a veces, las menos, faldas o vestidos. Yo prefiero las faldas y vestidos. Pero siempre te ves hermosa. Me siento tan vivo cuando pienso que eres mi mujer, que me quieres, que me amas, que vives conmigo.
Hoy traes vestido, blanco con cositas en rojo. Por supuesto que me enamoré de tu figura: senos turgentes, mas grandes que la media mexicana, caderas anchas (por más que quieras tener menos, no es tu constitución, ¡Y que bueno!), breve cintura, piel blanca, y aunque no eres rubia, insistes en serlo. A pesar de la maternidad no has perdido tu figura. En parte es tu negación a la gordura, que te hace ser asidua del gimnasio. No sé de donde sacas tanta energía. Pero yo feliz.
Ya te he explicado que dada tu constitución, eventualmente no podrás evitar ese extra en carnes. Pero te niegas a aceptarlo. Por mi parte no me importaría mucho que tengas kilitos de más. Me gustas y tenemos en común mucho más que el simple, llano y rico sexo. Mucho más.
Por lo pronto tengo un esposa, la que, además de buena (jajajaja, no me canso de verte enfadar cada vez que te digo que estas buena) es hermosa. Tu carita, afilada, como de zorrito (“zorrita, tu abuela”), afilada pues, va enmarcada por dos enormes ojos y una nariz muy delgada y finita. Muchas veces pensé que era operada. Tú siempre lo negaste.
Ahora, que he tenido tanto tiempo cerca tu cara, puedo confirmar que no es operada. No creo que exista un cirujano en este mundo capaz de hacer una nariz como la tuya. Es en verdad muy delgada y finita. Solo puede salir así de fábrica. Con respecto a tus ojos, te he dicho que para que fueras mi mujer ideal, tendrían que ser verdes o azules o cualquier color, menos cafés.
El color café es muy común por estas latitudes, pero los tuyos tienen una claridad que los hace tan a la altura de los de cualquier otro color. Así están bien.
Así que tengo una diosa como esposa. Algo hice bien, que tengo esta hermosa y complicada familia. 

Nuestros hijos, curiosos e inteligentes, me ponen en apuros cada vez más. Sus preguntas van avanzando en cuanto al nivel de complejidad y moralidad. Algún día tendremos que hablarles de sexo, de la vida, de la muerte, de la violencia, de la injusticia.
Pero lo haremos juntos. Tu les darás la visión rosa, yo la visión, mmm, pues la visión más acorde a mi intrínseca oscuridad. De esta manera tendrán una visión completa de lo que es la vida, de lo que creemos que es la vida. Hasta en eso eres perfecta para mí.
Ya estoy en la puerta, casi para irme, cuando, como todos los días, te acercas, te pones de puntitas (no soy muy alto, pero tú sí muy chaparrita), me cercas el cuello con tus largos, blanquecinos y suavísimos brazos, me plantas un beso en la boca, haces que gire la cabeza, para que puedas susurrarme al oído:
-¡Donde andes de cabrón!
No podría ser más feliz.

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