10 septiembre 2007

La carta

“…los piecitos son para que te guíen, para que te lleven a las estrellas. Tú sabes lo que significan para mí las estrellas, ahí es donde quiero que llegues…”. Por más que leía la carta que dejaste sobre la almohada, donde acostumbras dormir, no acababa de comprender… mejor dicho no quería estar consiente, que esos trazos inequívocamente tuyos, iban dirigidos a mí. Sí, las estrellas, ahora entiendo cuando me explicabas el significado de las estrellas, que para ti son la meta, son el nirvana, son el todo, son el deseo más ferviente de cada quien. Sé que quieres indicarme el camino a las estrellas, porque me deseas que logre aquello que me haga feliz.

Te lo dije una vez, no sé que quiero, y todavía no lo sé, no tengo idea de que es lo que necesito para ser feliz. Por eso te pedí que vivieras a mi lado, que fueras como mi esposa, porque siempre tenías una sonrisa dibujada en tu rostro; cada que nos veíamos eras un júbilo total, desinhibido, franco y puro. También te dije que no creía en el matrimonio ni en Dios, y tú, a pesar de venir de una familia tradicional y conservadora, no me hiciste mucho esperar; al final, en contra de tu familia, te mudaste a mi casa.

Espero no haberte hecho mucho daño; en verdad aspiraba a que me sacaras de esta tristeza perenne, que fueras tú el medio para superar los días aciagos, que fuéramos el complemento mutuo. Mientras yo proporcionara el alimento para el cuerpo, a ti te tocaba alimentar al alma. Pero las cosas no funcionan así, ¿verdad?, ¿uno no puede comer ni ser feliz por el otro, verdad?, hasta creo que pase un mucho de mi infelicidad; hiciste bien en dejarme.

“Por que eres bien inteligente, me gusta las cosas que me cuentas, a veces hasta tus chistes machistas me hacen reír”, eso me dijiste cuando te pregunte porque salías conmigo. Yo intentaba convencerte de que no era tan inteligente como decías, que lo que te contaba lo podías averiguar en los libros, revistas y periódicos que regularmente leo, y que en realidad no era yo un macho, pero que me gustaban mucho los chistes machistas.

“Te conozco más que nadie, te conozco más que tú mismo, y sé que no me pedirás que me vaya…”, así empezaba tu carta, que me dejaste dentro del sobre más inmaculado que jamás halla visto. Sí, una carta escrita con tu bonita letra, letra manuscrita; casi nadie escribe así, te decía, pues yo no soy casi nadie, me respondías, esbozando tu amplia, hermosa y diáfana sonrisa.

No pude evitar llorar. Tú sabes que nunca lloro, creo que nunca me viste llorar, ni en los peores momentos que pasamos juntos. Las lágrimas me brotaron solas, no fui consiente de ello hasta que caí de rodillas frente a la pared donde me dejaste tú “mapa”, donde entre hipos y sollozos mi alma recibió un poco de ablución, porque bien sabes que yo digo que uno no llora de tristeza, amor, pasión o cualquier otro sentimiento, porque sabes que yo creo que uno llora de puro estrés. Al menos eso fue lo que leí en uno de los muchos estudios científicos, y así te lo comenté.

Sin embargo ahora creo que llore no por estrés, llore por otra cosa, porque estando ahí de rodillas, mientras mis lágrimas corrían sin aparente final, me fui sintiendo un poco mejor. Ahora podía pensar con más claridad y hasta ese momento tuve conciencia de que me hacia falta llorar; no había llorado como lo hice ese día. No me da pena aceptarlo, ni vergüenza, ni nada de lo que te había dicho que me daba si lloraba.

“Te conozco más que nadie, te conozco más que tú mismo, y sé que no me pedirás que me vaya. Pero me siento mal, muy mal, tu indiferencia, tus largas ausencias, tus infidelidades. ¿Creías que no me había dado cuenta?, te quiero mucho, muchísimo, es más, te AMO, te lo he dicho hasta el cansancio, te lo he demostrado. Si soporté el hecho de que me engañaras con otras, porque no es solo una, ¿o sí, mi chiquito?, fue porque yo sabía que eras a mí a quien amabas. O al menos eso creía.

Ahora que me dado cuenta que en verdad no me amas es que me voy; no te apures, me voy amándote, queriéndote un chorro, a montones. Pero sé que tú no me amas, y eso mi chiquito, duele, duele peor que el aceite que te salpica cuando uno cocina. Duele peor que el aparatito ese con el que te excava las muelas cuando tienes caries, es más, es un dolor frío, concentrado, me parece que en el corazón. Tú me haz dicho que el corazón no siente, me dijiste que el corazón no es más que un montón de músculo, que si en todo caso tuviera neuronas, tal vez sintiera.

Pero no mi pequeño, te lo juro, a mí me duele en el corazón. Y como muestra de que te amo, te dejo mi “mapa” para llegar a la felicidad, espero te guste. Este mapa te lo hago con unas piezas de plástico; no las pegue de manera permanente, así que cuando quieras las puedes quitar. El mapa esta en este nuestro cuarto, donde hemos hecho el amor, o al menos donde yo sí lo hacía. Te lo paso a explicar, para que no tengas confusiones.

Tiene su simbología, o al menos esa fue mi intensión. Eso de la simbología fue algo que me fascinó desde que me comentaste que el libro ese del Código Da Vinci se basaba en simbolismos, pero que ese libro en sí era mas bien chafa, eso me dijiste. No me vayas a criticar mucho, ¿eh?, acuérdate que aquí el letrado eres tú.

Bueno, el mapa se compone de pies, manos, delfines, una luna, y muchas, muchas estrellas. Estrellas de todos los tamaños que pude encontrar; colores no, porque esas piezas son de las que brillan en la noche. Y es en la noche cuando más guía necesitas, ¿no es así, mi chiquito? Los delfines significan inteligencia, sagacidad, ímpetu, constancia y alegría. No sé si ese es el verdadero significado de un delfín, pero a mí así se me figura, ¿no se te figura que siempre están sonriendo? El ímpetu y la constancia son, porque así me lo parecieron cuando me llevaste al acuario a ver su espectáculo, ¡tan hermosos y fuertes animalitos! Los delfines están ahí para recordarte que nunca te debes rendir.

La luna es para que alumbre tu camino, cuando andas de noche, que como te dije, es cuando creo que más lo necesitas; los piecitos son para que te guíen, para que te lleven a las estrellas. Tú sabes lo que significan para mí las estrellas, ahí es donde quiero que llegues. Como puedes observar de mi mapa, los piecitos como que dan muchas vueltas y a veces parece que se regresan, pero no, siempre van hacia arriba, hacia donde se encuentran las estrellas, siguiendo un camino sinuoso pero constante.

Si te das cuenta las manos, que se encuentran abiertas, como que dicen ¡alto!, son para indicarte hacia donde NO debes ir. En mi mapa, a donde no debes ir, es a la nada, a donde no puse ni delfines, ni estrellas, ni nada. Al final, los piecitos te llevan al conglomerado de estrellas. Llega ahí, amor mío, llega y escoge tu estrella, no te quedes varado para siempre en tu perpetua tristeza, porque tú estas representado por los piecitos, siempre moviéndose, sin rendirse nunca, siempre indagando, a veces desviándose del camino hacia las estrellas. ¡Pero ahí también estoy yo!, ¿A poco creías que te iba a dejar solito?, no mi chiquito, yo represento a las manitas. Mejor dicho, alguna de ellas, porque ahora yo salgo de tu vida.

Las manitas son aquellas personas que te dirán a donde no debes ir, te lo marcarán de manera contundente, como esas manitas. Sé que va en contra de tu naturaleza, pero hazles caso de vez en cuando. Las otras manitas que no soy yo, representan a las otras personas que estarán en tu vida; espero las puedas ubicar (en tu vida, quiero decir, no en el mapa, porque en el mapa están bien visibles).

Espero que te sirva el mapa; velo en la noche, ¡se ve bien bonito!, brillante, ¡no hay pierde! Quedó tan bonito porque lo hice pensando en ti.

Dices que me amas, yo no lo creo así, pero toma eso que tú llamas amor, y si tienes una alta estima por mí, no me busques, te lo ruego. Dices que te enamoraste de mi sonrisa. Pues últimamente se ha desdibujado, se ha vuelto triste. Si quieres que vuelva ser como era antes, ¡no me busques, te lo ruego!

Amándote y queriéndote mucho, mucho, mucho, muchote

Ceci”

Esa era tu carta, escrita con tinta, porque eso sí, decías que las cartas de a de veras eran escritas en papel blanco y con tinta negra, ¡que Internet ni que ocho cuartos!. La última parte, donde dices que me quieres mucho y donde esta tu rúbrica, se encontraba desvanecida, borrosa, difuminada por las muchas lágrimas que también haz de haber derramado. Ahora toda tu carta se encuentra así; no pude evitar estrujarla, no pude evitar llorar sobre ella, porque hasta bien entrado el tiempo, me di cuenta que estaba llorando, llorando como nunca lo hice.

¿De donde sacaste las piezas de plástico?, fue lo último que pensé, antes de caer rendido, cansado y con sueño, en nuestra cama, ahora tan solitaria, en esa cama donde ya no estarás más.

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