Yo creo que cuando uno muere, se acaba todo. Es decir, no creo en un “mundo” en el más “allá”. Creo que cuando uno muere, sobreviene la nada. ¿Qué es la nada? Bueno, para mí, es lo que hay entre el núcleo del átomo más sencillo que existe, el hidrógeno, y el electrón cuya órbita es la más cercana al mismo. Eso hay sin más. Nada. Así que con esto podría por dar por terminado este escrito.
Pero no, seguiré desarrollando lo que las culturas nos han dicho sobre lo que sucede después de morir. Recuerdo, de mis años en la escuela primaria, que me dio mucha curiosidad, fue el tema de la reencarnación y el sistema de castas, según los hindúes. Cabe destacar, que mi formación con respecto a la religión, es católica. Ya para esos años, estaba bautizado y confirmado. Hasta fui al catecismo.
Así que el saber que existe otra manera de “ver” el mundo (con respecto a los preceptos que dicta la religión), me sorprendió mucho. Tanto que en ese momento no me caí en cuenta de lo trascendental que dicho conocimiento iba a ser en mi vida. La manera en como los hindúes pensaban en la reencarnación, según tu comportamiento, fue una explosión en mí raciocinio. Y entonces ¿Dios, nuestro dios, no es el único? ¿Por qué esa cultura tenía tantos y variopintos dioses? ¿Se enojará diosito si me pongo a pensar en esto que estoy pensando? Porque ciertamente estaba yendo contracorriente, aun sin estar plenamente consciente de ello.
Después vinieron los etruscos, los romanos, los griegos (oh, los griegos), los vikingos, las guerras mundiales y eso en parte hizo que mi creencia en dios desapareciera. Hoy me considero ateo. Y creo que una vez que te mueres, ya, no hay nada. Nada para ti, y nada de ti para lo no ti, aquello con lo que en vida te relacionabas. Te mueres y se acaba todo, para ti y para los otros (con respecto de ti).
Si mal no recuerdo, la reencarnación para los hindúes va a depender de cómo te hayas portado en la vida. Puedes pasar de ser un humano, a un buey, un insecto, o una piedra. Dependerá de tu comportamiento en la vida. Pero si eres la piedra que fue angular de cualquier construcción, entonces en tu próxima reencarnación, serás un miembro de los brahmanes. Algo sí creo que funciona. Me pregunto, en caso de ser la piedra angular, ¿Cuándo pasaré a mi próxima reencarnación? ¿Hasta que la edificación sea destruida en su totalidad? De ser así, pobres de los que son piedra angular de la Gran pirámide, de la torre Eiffel, de la pirámide de Teotihuacán. Pobres, han esperado y esperarán por mucho tiempo para su reencarnación.
En mi caso, mexicano que soy, lo que me dicen de la muerte es que hay “otra vida”. La vida en el más allá. Una creencia amalgamada en el sincretismo del catolicismo español y las creencias nahuas sobre la muerte. De ahí nuestro tan colorido y afamado día de muertos.
Básicamente se trata de una “extensión” de la vida, después de la muerte. Tanto para los católicos, como para los creyentes del Mictlán. Con algunas variaciones, se mantiene la coherencia individual de las personas. Y eso es lo que no me gusta. No me gusta porque me condena a una eternidad de sufrimiento. Porque sí, la vida es sufrimiento. No necesito más vidas para darme cuenta que pocas, muy pocas personas en el mundo pueden vivir siendo, la mayor parte del tiempo, felices. Se les conoce como millonarios o ricos. Y hasta eso, ellos, algunos, también se suicidan (lo cual me da un indicio que tampoco les gustó mucho la vida, que digamos).
Además, eso de sufrir y ser abnegado en este vida, para después tener nuestra recompensa en el más allá (muy propio de la cultura católica) no, para nada, me convence. Porque creo que después de la muerte hay nada.
También pienso en esa consciencia que trasciende a la muerte. Porque eso es lo que conlleva el creer que hay otra vida. En todas las versiones de la vida después de la muerte, tienen en común el que no se pierde la coherencia individual. Recordamos, algunos más fácil que otros, lo que ya “vivimos”. Seguimos siendo, nosotros. ¡Más allá de la muerte!
¿Qué pasa con los demás seres vivos? Perros, gatos, caballos, ballenas, insectos, serpientes y un infinito etcétera. ¿Ellos también trascienden? En esa extensión de la vida ¿también habitan animales, insectos, plantas? Pensar en lo que hay más allá de la muerte, llevando nuestra consciencia individual, da más problemas de lo que pudiera resolver.
Eso de que reencarnamos y nos encontramos con nuestros seres queridos, me da ansiedad. Me dicen que la que hoy es mi madre, en mi otra vida fue mi hermano o mi novio o mi amante o mi esposa. No me resulta grato pensar que así sea. Por eso es que no creo que haya una extensión de la vida, una vida más allá de la muerte.
Y entonces ¿Qué sentido tiene nuestra existencia? Bien, después de muchos años, de verdad muchos años de pensarlo, creo que la vida humana no tiene sentido. La existencia del planeta tierra no importa en realidad. Si en el transcurso de los próximos días, el planeta tierra es destruido (para este ejercicio mental, no importa el cómo, así que puedes imaginar el escenario que más te guste), al universo no le va a afectar en lo más mínimo.
Es más, eh ahí un indicio del sin sentido de la vida humana. Que importa todo el cúmulo de conocimientos que se estén generando en este momento, si en los próximos días no habrá humanos para los cuales van dirigidos esos conocimientos. Supongamos que en tres meses se encuentra la cura al cáncer (sí, estimado experto, el cáncer es muy variopinto, pero solo es un ejemplo muy genérico), pero el planeta tiene solo dos meses de existencia ¿Qué sentido tendría seguir esforzándose en encontrar esa cura?
Por eso creo en la no existencia de vida más allá de la muerte. Pero, dado que ese pensamiento es muy triste, porque sería aceptar que no tiene sentido la vida humana; es más, ya lo dije, no tiene sentido la existencia del planeta tierra, voy a exponer que es lo que puedo llegar a aceptar, en caso de existir un más allá.
El tema central a resolver, lo que más problema nos da, es la coherencia individual, nuestra consciencia. ¿Qué es eso? Básicamente, nuestra personalidad. La manera en como pensamos, en cómo resolvemos los problemas cotidianos, como nos relacionamos con los otros, es pues, nuestro hacer continuo en la vida interna y externa, porque también incluye nuestro muy particular tren de pensamientos.
Si resolvemos eso, pudiéramos hablar de una vida más allá de la muerte. La resolución que a mí me da tranquilidad es pensar en la consciencia de cada quien, como si fuera un ente, que generalmente le llamamos “chispa divina” o energía o alma o espíritu. Aquello de nosotros que no es nuestro cuerpo carnal. Digo yo que es nuestra mente, esa parte que radica en el cerebro, pero que no es tangible. La serie de impulsos eléctricos de nuestras neuronas que nos hacer ser seres individuales. Es la diferencia que hay entre el software y el hardware de las computadoras.
Nuestra consciencia es el software de cada uno de nosotros. Bien pues, ese espíritu, que está contenido en nuestro cuerpo, en esencia, no tendría que estar contenido, pero se encuentra así, para darnos individualidad, la coherencia individual antes mencionada. Nuestro cuerpo nos provee de experiencias de toda índole, en esto que llamamos vida cotidiana, y nuestro espíritu se encarga de darles sentido, de colocar esas experiencias que van formando nuestro carácter, nuestra forma de ser.
De tal suerte, que ya para cuando estamos viejos (o aquellos que llegan a ser viejos) tenemos todo un cúmulo de experiencias. Y de ahí nuestras alegrías y tristezas. Hay otro elemento a considerar: el deterioro de nuestro hardware, el cuerpo humano. Conforme más envejecemos, perdemos habilidades mentales y físicas. No importa lo sano que te hayas comportado en tu vida, no importa lo deportista que hayas sido, la vejez te hará añico tarde o temprano. Por eso inventamos el mito del vampiro, el ser sempiterno, que nunca envejece, que conserva su fortaleza de juventud.
Pero el ser humano, el verdadero ser humano está condenado a la decrepitud. Las fuerzas se van, la lucidez se termina, el cansancio se apodera del ser, el cual está condenado a morir, sí o sí. Y morimos en la decrepitud. Entonces, lo que sí puedo aceptar es que esa energía, espíritu, alma o coherencia individual se diluye, con todo y su cúmulo de experiencias de vida, esto es y en resumen, con todas sus alegrías y tristezas, junto a otras coherencias individuales, formando un conjunto de todas las coherencias individuales que han fallecido.
Es como cuando arroyos y barrancas nutren a los ríos y éstos a su vez nutren al mar. Ese mar es lo más cercano que puedo definir como Dios. Ese cúmulo de experiencias, ese mar de consciencias, de coherencias individuales, al diluirse unas con otras pierden esa individualidad y ese ser deja de ser quien fue, al estar contenido en su cuerpo. De esta manera, nuestro cuerpo no es más que un contenedor del alma o energía y sirve para que esa energía se convierta en una coherencia individual, que tarde o temprano regresará al mar de las no individualidades que se nutren con las experiencias ganadas en aquello que identificamos como vida.
De ésta manera es cómo puedo aceptar una vida después de la muerte. Lo malo es que el día de muertos mexicano no tendría sentido. Y es bien bonito el día de muertos.
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