09 febrero 2014

¿Dios existe?

Cuando me preguntan qué religión profeso, digo que soy ateo. No estoy muy seguro si ser ateo podría considerarse como una religión, más que una forma de pensar en un poder superior. Poder superior, eufemismo. Dios, pues.

Casi siempre, después de mi declaración, aparece una mueca de incredulidad, y piden confirmación. Algunos de manera educada, otros no tanto. Y les recalco: soy ateo. Mira, así como tú crees que existe Dios, yo creo que NO existe. Es lo mismo, pero en sentido opuesto. Por lo general aceptan mi creencia (o no creencia, tal vez sería más correcto).

Esto es ahora, porque antes, cuando me convertí en no creyente, quería que el otro, el que indagaba sobre mi creencia, si era creyente, dejara de serlo. Nunca convencí a alguna persona. Resulta que casi siempre terminaba en acaloradas discusiones, necedades sin fin. De ambos lados.

Ahora solo me limito a ser lo suficientemente convincente de mí no creencia. De manera desapasionada y respetuosa, y si me es posible, jocosa, digo que no creo en Dios. Y ya, todos contentos.

Como mencioné más arriba, me convertí en no creyente. De origen, soy católico. Tengo la documentación necesaria para entrar al cielo: fe de bautizo, confirmación y no recuerdo que otras cosas necesarias para que San Pedro me dé permiso de entrar al recinto del señor. De eso se encargaron mis papás.

Comencé a dejar de creer de la misma manera en que me he convertido en un observador del comportamiento humano. Mirando dentro de mí por primera instancia. Pedía cosas, sí, casi siempre materiales, pero a veces no tan materiales. Y me di cuenta que no importaba si me portaba bien o mal, si hacía cosas que dañaran a los demás o que los ayudaran. Me di cuenta que no necesariamente dependía de mí.

Por ejemplo, la primera vez que me enamoré a morir, que hasta pensé en casarme, hice todo lo que indican los cánones, al menos los que te cuentan en el cine y las novelas, bien portado, atento, me decía una y otra vez que el físico no importaba. Y bueno, hasta le pedí ayuda a Dios nuestro señor. Resulta que el físico importa. Y mucho. Y Dios no tiene algo que hacer al respecto.

Puedo achacar en gran medida mi retiro de la creencia en Dios a las mujeres. A la manera, en que algunas de ellas se comportaron conmigo. No, no hablo desde el desdén, el odio, el enojo o la revancha. Eso ha quedado atrás. Lejos. Hablo de cómo fue para mí, hechos, no emociones.

Pero eso es solo una parte. No soy tonto y me doy cuenta de las cosas. Me preguntaba, lo sigo haciendo, como es posible que exista algo que nombramos Dios y permite que existan seres como Marcial Maciel o Carlos Salinas de Gortari, por citar un par de miles de ejemplos.

Cuando en las novelas históricas o películas de ese corte, los “buenos” se encomiendan a Dios, le piden que “bendigan” sus armas para “acabar” con el mal, están pidiendo que se ponga de su lado para matar, asesinar a su adversario. Supongo que los nazis católicos pedían lo mismo, cuando se enfrentaban a los gringos. Con esta sencilla idea puede uno tener un indicio de la inexistencia de Dios.

En alguno de los libros que he leído, dice que es imposible probar la existencia o la inexistencia de Dios. Sin embargo, los indicios nos guían a que es más seguro su inexistencia, que su existencia. Entre fracasos amorosos y laborales, cuando era creyente, preguntaba a Dios, muchas veces llorando de rabia y desesperación ¿Por qué? ¿Merezco esto? Si es así, dime que hice para merecerlo.
Nunca recibí respuesta. Y dejé de creer con todas mis fuerzas. Porque yo creía con todas mis fuerzas.

Uno de los recuerdos más entrañables que tengo, es a mi madre enseñándome el Angelito de la Guarda, y yo creía, como creen los niños, que un poder superior en verdad me iba a proteger. Lo recuerdo con amor y nostalgia. Aunque sé que ese “poder” en realidad no existe. Pero existe mi madre.

Así pues, si Dios existiera y permite lo que permite, Dios es un gran hijo de la chingada. De esta manera, es que yo decidí que no, Dios no puede existir. De existir, es un culero. Y ese es el tren de pensamientos por el cual puedo estar seguro de su inexistencia. Realmente no es complicado de seguir. Y aceptar.

2 comentarios:

Alberto Carranza dijo...

Siempre he pensado que, independientemente de que exista o no (soy del bando de los que sí creen) la religion ayuda en gran medida a sobrellevar la vida, inculca al mundo como vivir "decentemente". Entonces, bajo mi humilde punto de vista, el creer y tener fé nos brinda una nueva dimensión del mundo... nos da esperanza, y es precisamente eso lo que la humanidad necesita para tolerar sus tribulaciones.

Recibe afectuoso saludo de acérrimo lector de vuestro blog.

lavega dijo...

Hola Alberto, muchas gracias por tu comentario. Así es, para muchos, tener fé es un gran apoyo.

Sin embargo, para mí, no es así. Pero yo respeto a los creyentes. Como dije en mi entrada, antes quería convencer a los demás de que dejaran de creer, pero ahora, ya no me importa eso.

Creo que si la fé funciona para quien le funcione, esta bien. Como dices, es una guía para dar guía y una manera correcta de comportarse.

Saludos!

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