Advertencia: El contenido del siguiente texto trata sobre el suicidio, desde mi punto de vista, por lo que no es la opinión de un experto y por ningún motivo pretendo promover el suicidio.
Si tienes problemas psicológicos y estás bajo terapia, te recomiendo abandonar esta lectura.
Si tienes problemas psicológicos y no estás siendo atendido, deja de leer este texto y acude lo más pronto a recibir la atención de un experto.
Si tienes pensamientos suicidas, tienes la intención de suicidarte o sí ya lo has intentado, deja de leer este texto.
A continuación dejo algunas ligas donde puedes recibir ayuda. Sólo para México; si eres de otro país, prácticamente todos los países tienen líneas de ayuda, solo tienes que buscarlas de manera local.
Línea de vida del gobierno Mexicano
Centros de apoyo no gubernamentales
Asociación mexicana de suicidiología
Teléfono las 24 horas del día, los 365 días del año 800 911 2000
No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no la pena de ser vivida equivale a responder a la cuestión fundamental de la filosofía.
Camus, 1942, El mito de Sísifo.
¿Vale la pena vivir? Una pregunta con muchas respuestas, no infinitas, pero sí muchas. Considero que esa respuesta depende de cada quien. Cada uno debe determinar si vale la pena vivir. Sin embargo, esa respuesta se determina con base en la vivencia de cada quien, influido mucho por la religión. Para mí, que soy de un país con mayoría católica, formado desde mi nacimiento en el seno de una familia creyente, el suicidio equivale al infierno. Pero eso es lo de menos.
Digo que es lo de menos, porque si no existe dios, no existe el cielo y, espero, que tampoco el infierno. ¿Y si sí? Es decir ¿y si sí existe el infierno, pero no el cielo? Eso ya de entrada sería el infierno. Shakespeare escribió en “La Tempestad”, “El infierno está vacío y todos los demonios están aquí”. Yo sí creo en eso, creo que el infierno está aquí pues ¿dónde si no, viven los demonios? En el infierno.
El infierno no es un lugar, es una vivencia. Asesinatos, robos, vejaciones, guerras, personas corruptas, personas que abusan de otras personas, unos pocos que se enriquecen a costa de la miseria de unos muchos. ¿No es acaso eso, una de las muchas características del infierno?
La sociedad nos obliga a vivir; una vez que nacemos, pertenecemos a una sociedad. Una sociedad que se desarrolla por el trabajo común y continuo de las personas que forman parte de esa sociedad. Gobierno le llamamos. Gobierno que exige una cuota de dinero, cuota que se llama “impuesto”. Hay un impuesto por generar dinero, es un impuesto para vivir. Por qué ¿quién vive sin dinero?
Así que cada ser humano que nace está condenado a generar dinero, generalmente por trabajo, por cambiar tiempo de vida en algo que le llamamos dinero. Dinero que sirve, entre otras cosas importantes, para vivir. Necesitamos comer para vivir, y ¿cómo conseguimos comida? Lo usual es que cambiamos dinero por alimentos. De hecho cambiamos dinero por todo lo “necesario” para vivir.
De ahí viene mi duda existencial ¿Necesitamos vivir? Necesitamos respirar y alimentarnos para vivir pero ¿es necesario que vivamos? Yo creo que no. Vivir, a lo largo de, valga la redundancia, la vida misma, se ha convertido en una costumbre, en una imposición de la sociedad. ¿Quién piensa en la muerte? El enfermo, el condenado a muerte, el viejo y aquellos que no le encontramos un sentido a la “vida”. ¿Qué es la vida? ¿Respirar y comer hasta que nuestro cuerpo colapse, hasta que nuestro cuerpo llegue a su fecha de caducidad?
La vida es la sucesión de eventos que llevamos a cabo mientras “vivimos”. Por regla general, esa sucesión de eventos es “pagada” por nuestros progenitores, que nos enfocan de varias y múltiples maneras a ser “independientes”, esto es, formarnos con estudios o formación práctica para agregarnos a eso que le llamamos trabajo.
El trabajo es el intercambio (como bien lo describió en su momento Carlos Marx) de tiempo de vida por dinero. Y ese dinero, que es algo tan tangible, en realidad es una entidad abstracta, porque se transforma en aquello que “necesitamos” para vivir: comida, vivienda, ropa, descanso.
Solo los millonarios no trabajan. No puedo disertar sobre los millonarios, porque yo no lo soy y no conozco de manera personal a uno. Solo puedo comentar por lo que veo. Quizá solo los ricos quieren vivir hasta donde el cuerpo aguante. Y hasta los ricos se suicidan. Uno esperaría que un rico no se mataría, pero sí, ellos también no le encuentran sentido a la vida.
Uno de los primeros suicidas que llamaron mi atención, hace ya varias décadas, fue George Eastman, el fundador de la empresa Kodak. Su carta de suicidio, el 14 de marzo de 1932, muy simple, pero concisa fue
“A mis amigos: mi trabajo está hecho. ¿Por qué esperar? GE.”
Como contexto, vale la pena mencionar que adolecía de una enfermedad crónica; dicen las fuentes que se encontraba deprimido y llevaba 77 años deambulando por el mundo.
Pero no solo los ricos se suicidan, también los científicos, escritores. Ludwig Boltzann, el de la constante me viene a la mente; Virginia Wolf, Ernest Hemingway como representantes de los escritores.
Tal perece que estoy justificando al suicidio. No, e insisto, si tu lector estas buscando una justificación, no es esto lo que quiero. Insisto, busca ayuda profesional, este escrito no es una apología al suicidio. El suicidio es algo personal, que debe ser tomado tan serio como es. No hay vuelta atrás, no hay manera de arrepentirse.
Lo que quiero decir es que el suicidio debería ser tomado como un derecho humano, un derecho a irse de la mejor y planificada manera; el Estado, el gobierno, debería tener una organización dedicada a atender este tema. Pero no como ya existe, para evitarlo a toda costa.
Mi propuesta es que debería haber una organización, pagada con nuestros impuestos, que agote todas las posibilidades y sí el resultado de ese agotamiento es el deseo de irse de este mundo, ayudarle a ese respecto. No debería importar el estatus social, ni si goza de buena salud. Quizá uno de los impedimentos para este hipotético apoyo gubernamental, sería la condición mental y la edad de la persona que se quiere retirar.
En resumen, ni locos ni menores de edad. Y es que el estigma del suicida recae totalmente en la familia del mismo. Son ellos los que van a sufrir el embate, mal llevado me parece, por parte de la sociedad. El suicida ya no estará, ya no se va a enterar del ataque social, ni podrá, por supuesto, defender a los suyos. Además, soy firme creyente de que el querer morir, debe ser un derecho humano. Cada quien sabe sus razones por las cual quiere irse y no importa lo bien que le vaya en la “vida”, si quiere irse, está en su pleno derecho.
He vivido bien, no quiero vivir mal. Es hora de irse.
Uno de los impedimentos del suicida, para hacerlo, es creo, el amor y posible daño a sus seres queridos. Eso a pesar que muchos suicidas dejan hijos y familiares que dependen económicamente de ellos. Y al respecto, me parece que muchas personas que tienen hijos, los tienen precisamente para tener un freno sobre suicidarse.
“No puedo suicidarme, porqué ¿de qué van a vivir mis hijos, esposa, familia? De muchas maneras, el establecer un freno para suicidio, en la práctica, empeora la cuestión, puesto que muchas veces, a pesar de ese “freno”, terminan suicidándose (ahora me vienen a la mente Kurt Cobain, Chris Cornel y su amigo Chester Bennington, amados por sus fans, la mayoría desconocidos para ellos y verdaderamente amados por sus seguidores).
Por mi parte, estoy cansado de esta vida, de mi vida. He sido, y no les queda más que creerme, no tengo manera de comprobárselos, una buena persona, que se ha ajustado a las reglas de la sociedad, que he trabajado de manera honorable y honrada, que he buscado mejorar mi entorno social.
A cambio he recibido golpes de realidad por parte de políticos corruptos, de vecinos irresponsables, de personas sin consideración hacia los demás, de asaltantes, de estafadores, de injusticias que a pesar de saltar a la luz, se quedan en la injusticia. Soy de México y pienso en Gustavo Díaz Ordaz, el carnicero de la matanza del 68. Murió impune.
Pienso en el “padre” Marcial Maciel, arropado por Juan Pablo II, pederasta reconocido, protegido por el Vaticano ¿dónde esta dios? ¿cómo puede permitir esto? Muere impune en la comodidad de su ostentosa residencia, rodeado de médicos y enfermeras, cobijado por seda y satín.
Pienso en el vecino de al lado, que deja su carro en la calle, estorbando, sin consideración hacía los demás. Si le reclamas, se te va a los golpes. ¿La policía ? La policía es su compadre. Corrupción, infinita corrupción.
No quiero vivir en un lugar donde sigo las reglas, pero no puedo exigir que los demás también las cumplan. No quiero vivir en un lugar donde a pesar de mis esfuerzos, no se logre un cambio, un cambio hacia una mejor vivencia comunal.
No quiero vivir en un lugar donde, a pesar del discurso mediático y oficial, de que vivimos en un Estado de derecho, la realidad es que vivimos en bajo la ley del más fuerte, del que más dinero tiene, del que ostenta el poder. Poder “dado” por la sociedad. Sí, me refiero a los políticos corruptos. A pesar de mis esfuerzos, no puedo cambiar eso. Yo no quiero vivir así.
Y puedo dar muchos más “no quiero vivir en...”. Creo que a quedado claro mi punto.
Esto es pues, el infierno. No quiero vivir en el infierno.
Es ante todas esas y otras imposibilidades de mejora, que lo mejor para mí, es irme.
Bien, pues a pesar de todo lo vertido, insisto, si quieres suicidarte, acude con un profesional para recibir ayuda.
Fantasía personal.
Si se lograra tener esa hipotética asistencia para el suicidio asistido, para un buen morir, una buena partida, se podría incorporar incluso a la práctica social, así como las fiestas de boda, cumpleaños, jubilaciones, etc.
Invitar a tus amigos y seres queridos, poder quedar en paz con aquellos que consideres y ames. Poder decirles, mira, en tal fecha parto de este mundo, voy a tener una reunión, una fiesta, acompáñame en ésta mi despedida del mundo. Celebremos que todavía estoy aquí. No sé, igual y en esa fiesta decides que siempre no, que siempre mejor te esperas un poco más aquí.
Porque al final del camino, quieras o no quieras, lo planifiques o no, de que te mueres, te mueres.